PAZ A LOS HOMBRES DE BUENA VOLUNTAD

                                                       

En las más altas cumbres hay siempre una cruz.

Segunda Parte: EL DIQUE

Introducción

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153 y el mapa del tesoro 
Freud reconocía que los pacientes religiosos tenían mejor pronóstico. Y, en general, hay acuerdo en que la fe es útil en cuestiones de salud. Sin embargo, no ocurre lo mismo respecto al dinero, sino más bien lo contrario. La mayoría piensa que 'el sobre' no te va a venir llovido del cielo.

Aunque no siempre fue así, hoy en día la única voz autorizada para ordenar las actividades productivas es la ciencia positiva. Ahora bien, sin negar el imprescindible papel director de la inteligencia en la búsqueda de caminos de progreso, ¿es realmente necesario prescindir totalmente de la fe en esas labores? 
Creer en la entrada de Dios en la historia humana, por la encarnación de su Hijo, no equivale en modo alguno a admitir una intromisión en nuestros asuntos. Antes al contrario, se encuentran pruebas convincentes en todos los tiempos de que Jesús es muy fiable, y aún el único fiable, y que confiando en Él avanzamos en la integración de nuestros saberes humanos y/o científicos; o sea, que potenciamos nuestra capacidad de crear.
Albert Einstein declaró en su día que sólo el pensamiento de Dios es importante y que todo lo demás es accesorio. Y serios estudios entre científicos han desvelado que un alto porcentaje de ellos cree en Dios. 
El deseable 'retorno del 153' a nuestra cultura supondría asumir nuestra condición de  criaturas, dependientes de un Creador Amable y Todopoderoso; lo cual, metafórica y simbólicamente, sería como añadir un cero a la izquierda al 153, ya que propiamente no le damos nada a Dios reconociéndonos criaturas suyas.

Sin embargo, a los que así se conviertan, en el momento de 'la firma del contrato' [diez cláusulas que se resumen en dos: Amarás a Dios…; y al prójimo…] Dios les asigna una identidad personal -el PIN '0153'- que lleva asociada una “línea de crédito ilimitadaSu uso adecuado permite multiplicar el valor inicial de nuestros activos -los talentos personales- hasta alcanzar la suma perfección y el total infinitoLa re-ligación con Dios así efectuada no  sólo  no invalida el orden humano, sino que lo potencia y lo trasciende, llevándolo a plenitud. Nuestro “sí” a Dios es la llave de paso a una nueva existencia.
El concepto persona es cristiano. Surge de la vinculación de la naturaleza humana y la divina realizada en Cristo. La persona es un ser capaz de perfección; y la fe es el camino para llegar a ella (Jn1, 12). El valor que nadie nos puede arrebatar es el que aporta el acto creativo inicial de Dios. La 'idea' de hacernos imagen suya salió de Él, “Al llegar  el momento culminante la remató entregándonos a su único Hijo; y el que libremente “lo reciba” adquiere la condición de coheredero. Ahora, ustedes podrán decir:
 - Sí, bueno, todo eso está muy bien, pero ¿qué tiene que ver con el dinero? ¿Va a caer del cielo o no? 
La asombrosa transformación económica que introduciría en nuestra historia personal y/o colectiva, esta gran novedad cultural, tendría lugar de un modo peculiar. Pero eso ya ha ocurrido en otros tiempos y la historia es testigo: La civilización occidental, de raíces cristianas, ha ido muy por delante de las demás culturas en creación de riqueza, gracias a ese modo peculiar de vivir que vamos a ver ahora.
¿Saben qué ocurriría si probáramos a teclear el 0153 en un cajero automático? Curiosamente, formaríamos con nuestras cuatro pulsaciones la señal de la cruz: 
7     8      9
4     5      6
1     2      3
#     0      * 
¿Es esto una simple “coincidencia”, o es un signo, una prueba de que Dios nos quiere decir algo? Los cajeros automáticos son como pequeñas estaciones de servicio que suministran combustible a los ciudadanos; son los modernos dispensadores de vida (o de vidilla, como dicen los jóvenes), y la cruz sobrescrita en ellos significa que la nueva existencia, la perfecta, y la verdadera en todos los sentidos, se obtendría en los cajeros de modo abundante, pero a través de la aceptación del sufrimiento. *[Debe entenderse que esto no tiene nada que ver con el estereotipo del cristiano melifluo y santurrón] 
Por otra parte, para obtener dinero en esos dispositivos uno tiene que relacionarse antes con el teclado de diez dígitos; lo cual es algo parecido a lo que sucedía en tiempos de los judíos con las tablas de los diez mandamientos. De ellas emanaban las normas que regían la vida social, del mismo modo que las nuestras emanan del teclado numérico (porque si el alma no cuenta, todo se reduce a números). 
El pueblo elegido por Dios recibió el decálogo a modo de guía, de pedagogo, hasta que viniera el Salvador, enviado para traer la plenitud al mundo mediante el doble precepto legal del amor. La mayoría de los judíos, aferrados a sus costumbres, no creyeron en ese Mesías muerto en la cruz, renunciando así a la madurez que les era revelada en Él. Y todavía siguen esperándole envueltos en continuas luchas.
Pero los que creyeron dieron con su fe entrada a Dios en la Historia. Y con Él a la prosperidad. Y al revés, echar en el olvido que Dios nos ama, nos condena a probar caminos sin salida. Y lógicamente cada vez nos ponemos más nerviosos. 
Que el '0153', expresión de la presencia de Dios en lo humano, y de lo humano en lo divino, se haga presente hoy en forma de cruz en 'el nuevo decálogo', es una exhortación a volver a las raíces, a creer en el valor salvífico de la cruz. 
Un día descubrí que algunos cajeros presentaban los números con otra organización espacial. 
-¡Vaya!, pensé, esto es nuevo, ha desaparecido la cruz
Pero entonces caí en la cuenta de otro aspecto llamativo. La cruz, si se me permite decirlo así, no tiene siempre el mismo significado, ya que de ella puede pender un Cristo vivo aún o un Cristo ya muerto. En todo caso, la presencia de la cruz ya asegura en sí misma un doble aspecto importante: por un lado nos dice que estando alzado en la cruz atraes hacia ti todas las miradas; y, por otro, que quien esté clavado a ella no puede bajarse por sí mismo. Con la disposición de los dígitos de esos otros teclados, la referencia cristiana no la encontraríamos en el leño de la cruz, sino en las cinco heridas del cuerpo de Jesús:
1     2     3
4     5     6
7     8     9
#     0     *

En la mentalidad actual no se entiende que el sufrimiento pueda servir para algo; se le considera tan sólo como una limitación que hay que superar usando la inteligencia. La expresión gráfica más reveladora de esta pujante cosmovisión es ese crucificado sin cruz que, después de veinte siglos, se está empezando a ver ahora. Me lo he encontrado en sitios oficiales, y hasta en la tele; ya cuelga de alguna pared parroquiana, y también lo he visto en el despacho de la Jefa de Estudios de mi cole.
El significado de esta imagen podría ser: “No queremos saber nada con un Dios que se complace en el sufrimiento, pero admiramos al hombre que da su vida por ayudar a los demás; y, por supuesto, un hombre así no necesita a Dios para nada.”
O sea, se acepta a Jesús pero no a Jesucristo; al hombre Jesús, pero no su vinculación con un Dios-Padre-Todopoderoso, cuyos designios pasaran porque Él, su Hijo Único, tuviera que morir en una cruz. Se aceptaría al salvador pero no al ungido de Dios. *[Jesús significa salvador y Cristo significa el ungido de Dios]
Pero tal como su imagen, que aparece suspendida en el aire, etérea y virtual, ese súper-hombre es un constructo irreal; aunque, ciertamente, hay que reconocer que tiene “tirón, que llama la atención.
Una de las razones de “su acierto” es que, aún prescindiendo de la cruz, le “hurta” a ésta la que es, tal vez, su característica más notoria: Que eleva al crucificado. Nuestra cultura no podría hacer menos con su diosy también lo enaltece, ensalza, o eleva.
Pero el segundo aspecto ligado al madero no interesa tanto, porque no poder bajarse de la cruz resta libertad. Si ustedes prueban a quitar las tablas de su crucifijo, es muy probable que les quede en las manos un Cristo como el de estos iconos modernos, uno con la cabeza erguida por estar vivo aún. Pero ese Cristo aún vivo, y sin clavos, presenta un serio inconveniente, a saber: que, acuciado por el dolor, podría renunciar a ser un héroe.
¿Significa eso que este “nuevo dios” vale menos que el nuestro? Noo, claaro, de ninguna manera.
Este  pequeño  inconveniente  se  podría  solventar 'desclavando’ sólo los cristos muertos, los que aparecen en la cruz con la cabeza desplomada. En teoría, no habría problema, porque el hombre moderno cree firmemente que de él, al ver el sufrimiento de sus hermanos, puede salir lo mejor, hasta incluso dar la vida.
Démoslo por bueno; ya hemos elevado a un crucificado sin cruz que está muerto. Ahora vamos a probar si 'ese invento' funciona.
Si pulsamos el 0153 en el segundo tipo de teclados, ponemos el dedo en las llagas, y trazamos una “Yperfecta [1],   pues   la   cabeza del héroe muerto  se   inclina,   como   haciendo una reverencia, sobre el corazón, y estando ambos traspasados. Y nos topamos así con un “nudo gordiano”, que encierra un significado de inefable belleza:
El encuentro de razón y co-razón es la expresión más elevada del amor; contiene en sí toda la hermosura y sabiduría imaginables, todos los tesoros que encierra nuestra condición humana enaltecida por la gracia de Dios.
Pero el perfil humano que dibuja el 0153 en estos teclados −las cinco llagas y la cabeza humilde− constituye en sí mismo un alegato definitivo contra la falacia del hombre sin cruz, es decir, sin Dios. Ese nudo amoroso de mente y voluntad es la prueba irrefutable de que el héroe exclusivamente humano es irreal, pura fantasía. Porque según hemos visto, la cabeza alta corresponde a un hombre falible, que puede amar o renunciar a hacerlo, o sea, cualquiera de nosotros; pero cuando se le priva de la posibilidad de elegir, cuando se le cuelga la medalla de dar la vida por el otro, su 'cabeza' se desploma, rindiendo honores a su corazón... abriendo de par en par las puertas de su vida al único que es todo Amor: el Dios-hombre verdadero. Aquí está la clave para entender gran parte de nuestros males: que hemos hecho un dios a nuestra medida, y por tanto un dios que no nos puede salvar. En ese “ídolo”, nuestras arrogantes razones se adoran a sí mismas: 
 A un diosecillo adoramos
 Hechura de nuestras manos
 Y con ello aseguramos
 Realizar esfuerzos vanos.
Si, por el contrario, en dicho icono aparece 'un muerto', su cabeza por fuerza reposa sobre el corazón, con lo cual se estaría reconociendo que existe una unión íntima e indisoluble entre razón y corazón, cuerpo y alma, hombre y Dios. 

En definitiva, y volviendo al significado del 0153 en relación al dinero, que es nuestro tema.
El hombre actual,  práctico  pero  solidario,  excluye  de su vida la cruz, entendida como una “condena divina al sufrimiento, pero no excluye el amor que Cristo nos  mostró. 
En resumen, el “0153” sobre el teclado pone en evidencia la trágica contradicción del hombre-dios moderno: O bien remarca la actualidad de la cruz, o bien, la íntima unión del hombre con Dios.
El progreso de la humanidad va unido al reinado de Cristo en el mundo; y su principal novedad es que en este reino los primeros son los que están al servicio de los demás. Tomando a ese Rey como ejemplo, los pueblos del mundo edifican sobre roca firme, y se aseguran una prosperidad duradera.
 
 “153”
 

Rosa nº 49 (7 x 7) 
 
Toledo, a 25 de diciembre de 2010 
¡¡FELICIDADES, PAPÁ!!, en tu 95 cumpleaños. Me uno de todo corazón a tu alegría eterna. Ya sabes cómo te quiero. Me llena también de gozo saber que tú y mamá elegisteis este día para cristianizarme. ¡Nada menos que el día de Navidad! Descubrirme cristiano, ya entrado en años, fue una sorpresa tan gigantesca que aún estoy digiriéndola. Te agradezco ahora la paciencia que has tenido conmigo, y, por supuesto, todo el inmenso amor que me tuviste, y que expresaste en tu elección de una vida sencilla en todo. Tus silencios me han edificado muchísimo. Hoy disfruto de una vida en paz, en medio de un mundo turbulento, en gran parte gracias a ti. Le estoy muy agradecido a Dios por los padres que me dio.
Ya ha pasado la medianoche. Estoy ante el Misterio, el primer hogar de Dios en la tierra. Me da paz.
 
9 de febrero de 2011 *[El texto que escribí en la noche de Navidad, y éste, fueron los primeros de mi aventura literaria. Por no ser aún consciente de que llegarían a formar parte de un relato extenso los comenzaba con la fecha, al modo en el que se redacta un diario. Cuando lo escribía tenía muchas cosas en mente, aunque la mayor parte de ellas no se recogen en esta primera entrega de mis memorias.]
Me he desayunado con una meditación acerca de la fe de María puesta en relación con la fe de Abraham. Una fe que sólo son ideas no es tal; para ser fe de verdad tiene que ser probada y cada vez en situaciones humanamente más dolorosas. La fe es el lazo que nos re-liga a Dios (de ahí la palabra religión). Si se tiene fe recibiremos por ella todo, hasta llegar a ser iguales a Dios.
En el caso de Abraham, por la fe, llegó a ser el padre de todos los creyentes. María, del mismo modo, mereció ser la madre de todos los vivientes, La Nueva Eva.
Ambos tuvieron que pasar pruebas durísimas de fe: Sacrificar a su propio hijo –humanamente incomprensible – o creer que resucitaría una vez muerto. Ciertamente, esos fueron los momentos extremos en sus caminos de fe, y llegaron a tener lugar porque sus vidas ya los habían ido preparando por medio de intensos diálogos de amor con Dios, jalonados de dolorosas soledades que propiciaban la intimidad con El. 
 
11 de febrero, día de La Virgen de Lourdes [“Las velas del barco estaban empezando, por fin, a
coger viento…]
Al llegar la noche de aquel purificante día de la Navidad pasada, agotado, me había sentado ante mi escritorio antes de acostarme, y había tecleado aquellas palabras dedicadas a mi padre. Lejos estaba yo entonces de imaginar que aquel breve texto iba a ser el comienzo de mi aventura literaria. Mi única intención al escribirlo era serenarme, escapar por unos instantes al vaivén de las intensas emociones que, como una marea, me llegaban una y otra vez porfiando por ganar terreno en mi alma. No obstante, a pesar de que estaba viviendo momentos de gran sufrimiento, me sentía lleno, rebosante de vida en mi interior. Tal extraño bienestar fluía sin cesar desde hacía tiempo de una misteriosa fuente que manaba en mi corazón, y que manaba tanto, y tanto me llenaba, que ansiaba darle un cauce, pues ya no podía contener su caudal por más tiempo. Por ese sentimiento, ya le había presentado muchas veces a la Virgen mi deseo de escribir, para beneficio de otras almas.Y en aquella noche de Navidad, de las más tristes de mi vida, me disponía a guardar aquel texto, que me había brotado del alma, cuando observé asombrado que había escrito ciento cincuenta y tres palabras.
-¡Vaya, 153! Y nada menos que hoy, el día de Navidad… ¿el día de Navidaad? ¡Uhmmm…! 
Caí de pronto en la cuenta de que ese día se estaba celebrando en el cielo una fiesta de significado muy especial para mí: Nada menos que la de mi “7 x 7” cumpleaños. *[Se trata del 49 aniversario de mi bautismo. Bautizarse es pasar a pertenecer a la familia de Dios; nada menos que como Hijo suyo. A propósito de la incredulidad que esto despierta, aparece  una expresiva exclamación de San Juan en la Escritura: “¡Pues lo somos!”] 
¡Qué  impresionante descubrimiento!  Tomé  aire,  y  me  dejé caer contra  el respaldo de la silla. 
A lo largo de mi vida, siempre que me encontraba con el pasaje de la aparición del resucitado en el lago, sentía yo una sacudida en mis esquemas lógicos. "- Si en la Biblia no sobra nada ¿por qué aparece un dato así, tan aparentemente sin sentido?"
Había habido muchas explicaciones. Como la de que 153 eran las especies de peces que había por entonces en el Mar de Galilea, dando a entender con ello que en las redes de la Iglesia cabía todo el mundo. O que 153 era la suma de los cuadrados de 12 y de 3, con lo que también significaba plenitud. Pero me parecían conjeturas poco convincentes. *[Los números 7 y 153 tienen un simbolismo destacado en La Biblia; el 7 hace referencia a la eternidad, y el 153, como ya hemos visto, es el número de peces de aquella pesca milagrosa tan decisiva para el nacimiento de la Iglesia. Junto a ellos, el 12 significa plenitud y perfección.] En cualquier caso, aparte de la interpretación que de los  textos  sagrados  hacen  los  exegetas,  y que  puede  ser asumida o no por la tradición de la Iglesia, nadie duda de que lo que en ellos se contiene es la Palabra de Dios, y que como tal, es viva y eficaz. 
Pues bien, al cabo de los años, yo doy fe de que 153 es una palabra viva, pues a mí me “habló”; y de que es eficaz, pues trajo a mi vida abundantísimos bienes materiales, espirituales y celestiales. 
Ya he contado cómo en aguas de “un mar del norte, a punto de hundirme entre los sargazos de mis culpas, Alguien me salvó  acercándome al oído una concha marina. ¡Cómo me gustaba de niño ese juego! Y en esta ocasión, entre el ruido de las olas, salió de aquella vieira un mensaje que me decía: “No temas, el mejor capitán está contigo y te llevará a puerto. Y en medio del encantamiento, yo, como cuando era niño, aunque con más reticencia, me creí aquellas buenas y oportunas palabras, y abandoné el mando de mi nave en las manos de aquel misterioso capitán. Desde entonces siempre navego como timonel, obedeciendo órdenes: “¡Preparados para virar: diez grados a estribor!”, y yo, obediente, voy e intento hacerlo. 

Diecisiete años después de aquel crucial acontecimiento, volví a comprobar mi radical incapacidad para pilotar, y al mismo tiempo, el absoluto dominio sobre las tormentas de mi fiable capitán. 
Llevaba de timonel unos ocho años cuando elegí para mi vida la pobreza. Por entonces sentía una gran admiración por San Francisco, y estaba impactado por la forma en que había dado el paso de vivir sólo para Dios. En medio  de  la  plaza  de  su ciudad,  siendo  aún  rico,  se  había desnudado a la vista de todos, sofocando así definitivamente las presiones de su acaudalado padre para hacer de él un 'pobre rico mercader'. Y tal vez en este sentido, me pasó con esta ingenua admiración mía, y mis ganas de mejorar, un poco lo mismo que con lo de 'la fabada mística'.
Sucedió que, cuando me llegó la hora de elegir a Dios o al dinero, momento que terminaría siendo algo así como el paso del Rubicón de mi vida espiritual, yo tenía en mente convertirme en un cura de pueblo de sotana raída, que fuese por ahí dando monedas a todo el mundo, y que por eso nunca tuviera nada en los bolsillos. Empezando a partir de aquella elección decisiva el relato de cómo me libré de un nuevo naufragio por la ayuda del Capitán, los hechos principales de esa historia se podrían contar de la siguiente manera: 
Después de haber soltado todo el lastre, surcaba ligera mi barquita los anchos mares sin saber yo adónde iba, fiado tan sólo y plenamente en mi buen capitán. Un día me animé a decirle que iría con Él adonde quisiera llevarme. Y estando en esas pláticas con mi amigo, me atrajo de pronto la atención un canto melodioso:
- No puede ser... porque estoy en alta mar… y las sirenas no existen… Pero, entonces, ¿qué es lo que estoy viendo?  ¿Será  un espejismo?  
Pues, sí, y no. Una mujer apareció de pronto a bordo de mi barco; entera o no ¿qué se yo? Lo único que sé es que me enamoré de ella. 
En esas circunstancias, y para mi sorpresa, “mis amores” de hasta entonces entablaron una dura batalla conmigo ante el temor de perderme. Por lo que respecta a mi madre, se comprende que, acostumbrada a tenerme a su lado tantos años, ahora no quisiera quedarse sola; y está claro que es frecuente pensar que el amor se pierde al compartirlo, lo cual no tiene por qué ser así, si bien es cierto que todo amor necesita aquilatarse. 
El hecho es que a aquel tierno tallo que acababa de nacer empezaron a sacudirlo fuertes vientos, y Pilar y yo nos aseguramos atándonos al “palo mayor”; y así, y poco a poco, muy atentos a las órdenes del capitán, logramos capear el temporal. 
Una vez pasado, empezamos a preparar las nupcias... el cuándo, cómo, dónde… Y, de repente, otra sacudida. Fecha y lugar ya no servían para nada, y dudábamos seriamente de que llegara a celebrarse la boda... “¡Ay, Dios mío! ¡Qué difícil está siendo esto! ¡Jesús, confiamos en Ti!
Nos refugiamos en la Iglesia otra vez, esperando a que amainase el temporal. Y, de pronto, ¡oh, milagro!, la Virgen María nos envía su auxilio, una palabra de aliento, un rayo de luz, un impulso para poder dar el paso (una moción suya nos llevó a hacer el mes de Ejercicios Ignacianos). ¡Adelante, pues! Peroo… ¿cuándo, cómo?, si no tenemos reservado el templo, si a estas alturas, finales de agosto...
-¡Confiemos!... ¡oye, mira…!
-¿Qué… cómo… que otros han renunciado y tenemos sitio? Aprisa, vamos, que queda menos de un mes... 
Así, galopando, y con el corazón en un puño, pero rebosantes de gozo, llegamos ante el altar. Nos sentíamos los novios más afortunados del mundo; y todos los que nos acompañaban compartían nuestra alegría. Estábamos viviendo  una  felicidad  que  nunca  hubiéramos  podido
imaginar; “en dos palabras: Im-presionante. 
Nuestra boda fue sencilla pero no faltó de nada. Incluso el tiempo nos acompañó. Los invitados notaron algo especial... sin duda, 'lo religioso'. Y todos se sintieron a gusto. 
Por una gracia especial del cielo pudimos celebrar el banquete en el refectorio del Centro de Espiritualidad de Calahorra, y disfrutar así de un ambiente tranquilo y agradable. En uno de sus jardines interiores hay una esquina, forrada de enredaderas, que acoge una dulce imagen de la Inmaculada. A escasos metros delante de ella, había por aquel entonces una higuera, que luego sería talada, bajo la cual posamos mi mujer y yo para una foto, precisamente la que hoy, con un marco plateado, preside nuestra alcoba. Miro muy a menudo esa foto, y en alguna ocasión, al hacerlo, hube de percatarme de  que a mí, como  a Bartolomé, Jesús me había visto “debajo de la higuera”, con Pilar, “antes de que Felipe me llamara, cuando aún estaba soltero... (¡!).
Poco a poco fuimos recobrando la serenidad y entrando en nuestra nueva y dichosa condición. Sobrecogidos por la obra que el Señor había realizado en nuestras vidas, no dejábamos de pedirle, entre el asombro y el agradecimiento, que nos hiciera testigos suyos, para que otros pudieran vivir por la fe la misma felicidad que nosotros. Le pedíamos incesantemente a Dios que nos hiciera pescadores de hombres, y este sentimiento compartido era el sentido de nuestra vida. 
No recuerdo en qué momento de ese tiempo de paz y luz un ángel me susurró al oído esta diosidencia: “Vuestro noviazgo duró exactamente 12 meses y 153 días. ¡Toma ya! No podía ser casual. Justamente 153, con lo que a mí me intrigaba esa cifra. ¡Y cuando tanto pedíamos ser pescadores! Di  por  hecho  que  Dios  había  escuchado  nuestra oración para pescar almas. Y esa fue la primera vez que me habló el 153, directo al corazón, y renovándome por dentro con espíritu firme. Pronto vendría la segunda, que habría de ser igualmente prodigiosa. Y luego la tercera, y muchas más. 
El conflicto afectivo latente con mi madre nos hizo sufrir mucho en el noviazgo e incluso después de casados. Era una espina clavada. Pues bien, a los 153 días de nuestra boda mi madre tuvo que ser ingresada, y, a partir de ahí, su vida daría la vuelta como un calcetín.
Después de tres meses en coma, luchando  entre  la vida y la muerte, y estando muchas almas rezando por ella, volvió mi madre a la vida con un “nuevo” corazón. ¡Qué grande es Dios! ¡Y qué cierto que nunca es tarde si la dicha llega! Por esa bendita enfermedad que le quebró la salud para siempre, obligándola a permanecer en una silla de ruedas y en una residencia para el resto de sus días, nosotros, sus hijos, habíamos recuperado su sanadora ternura, y su amparo incondicional, que en ella siempre habían rivalizado con su sentido del deber. Además, todos los que la trataban, próximos y alejados, pudieron disfrutar en ese último año y medio de su vida del trato exquisito y amable de su humanidad renovada. Para mí, en esta ocasión, por lo mucho que mi mujer y yo habíamos rezado para que ese milagro ocurriese, el significado de este nuevo 153 estaba claro: Ansiábamos ser pescadores de hombres, y este era nuestro primer gran pez, y otra confirmación de que el Señor bendecía nuestro deseo.
La alegría de haber mejorado la relación con mi madre nos vino al mismo tiempo que el padecimiento por su repentino paso a la dependencia física. Por aquella época también teníamos otras insatisfacciones vitales, de las cuales una era que ansiábamos tener descendencia y no llegaba. Le oímos decir a un experto en dificultades matrimoniales que los primeros siete años eran claves (otros decían que doce) porque era un período suficiente para que ya hubieran venido los hijos y se hubiera experimentado la imposibilidad de “poder con todo”, y la necesidad de recurrir continuamente a la ayuda de Dios, hallando de ese modo el medio eficaz de vivir el matrimonio. Desde luego, hacerse a vivir juntos estando ya muy hechos no es fácil; conciliar el matrimonio con las obligaciones hacia las familias respectivas tampoco; y aceptar que los niños son un don de Dios, y no un derecho, también cuesta. Así las cosas, los dos años siguientes los pasamos en el sano ejercicio de aprender a esperar, que es la esencia de la vida.
Pero al cabo de ese tiempo, Dios, por su gran bondad, nos bendijo con la niña de la que hablé al principio. ¡Un tesoro de valor incalculable! Y no sólo nos bendijo así, sino que, unos días después de ese feliz acontecimiento, me seleccionaron para trabajar como profesor en la Facultad de Educación de Toledo. Ya se podrán imaginar cuánta alegría nos llegó de pronto, pero lo que no se podrán imaginar Vds. es que tan sólo dos años más tarde estaríamos pasando de la risa al llanto.
Faltando un par de meses para que nuestro bebé cumpliera su segundo año de vida, se murió repentinamente el padre de Pilar, el dulce pintor de Ribadeo Aquilino Tapia. De lo que un suceso como ése puede llegar a suponer en lo más íntimo de una persona, ya tenía yo 'una ligera idea', y mi mujer iba a empezar a tenerla. No hubo forma humana de que pasara ese acontecimiento doloroso con serenidad, y una gran tristeza se apoderó de ella.
Nos alcanzó de lleno  al  matrimonio  una violenta tormenta, en la que vi mi barquito a punto de zozobrar; pero no como las otras veces en que pasé apuros, porque en esta ocasión llevaba una familia a bordo.
En un determinado momento de aquella lucha titánica por mantener mi embarcación a flote, me encontraba tan exhausto y tan al borde de la derrota que, ante el temor de ahogarme, 'grité pidiendo auxilio'… Y, ¡cómo no!, el Señor me escuchó. Se me ocurrió invitar a comer a un sacerdote que pudiera entender lo que yo estaba pasando. Pensé en uno que me parecía fiel en el cumplimiento de su vocación, y fui a su misa con la esperanza de que me dedicara un rato, y con su presencia y palabras ahuyentara mi angustia. Pero, por sus circunstancias, no le fue posible prestarme aquella ayuda. Entonces recurrí a otro que alguna vez había venido a nuestra casa, y con éste tuve mejor suerte. Sin embargo, la cercanía de trato con él propició que el encuentro trascurriera  “como de costumbre”, de modo que él, ajeno completamente a mis problemas, estuvo en mi casa como solía hacerlo, distendido y jovial. Asimismo, también como otras veces, me contó con gracia un montón de cosas. Yo tenía muchas ganas de desahogarme, pero viéndole tan desenfadado, opté por no sacar a la luz mis preocupaciones.
Hacia el final de la comida, no sé cómo, le enseñé el texto que había escrito en la noche de  Navidad, y recuerdo que le hizo gracia lo de “estar digiriendo aún la sorpresa de ser cristiano”, y se le ocurrió decir que yo era un místico (¿). El caso es que, de pasada, le comenté que aquel texto eran 153 palabras, como los peces de la pesca milagrosa. Y entonces, con toda la naturalidad del mundo, me dijo que precisamente el año en curso (y estábamos empezando febrero) era el 153º aniversario de la aparición de la Virgen de Lourdes; y luego, con la misma espontaneidad, añadió que, entre la primera y la segunda aparición de la Virgen de Fátima, habían transcurrido también 153 días. ¡Qué grande es Dios! ¡Y qué dulce María! ¡No se podía imaginar mi amigo el consuelo y la salvación que me habían traído sus palabras! De esa manera tan sencilla, como a lo tonto, me había acercado el cielo el auxilio y la renovación de fuerzas que necesitaba para seguir luchando.

Con todas estas explicaciones ya no necesito decir que, cuando en aquella Navidad vi que la felicitación para mi padre contenía 153 palabras, asumí inmediatamente que era la voluntad de Dios que yo escribiera todo lo que llevaba dentro, para su mayor gloria.  
El ver cumplido ese anhelo suponía otro paso adelante en mi relación personal con Dios; aunque quiero aclarar que este paso tenía lugar en un punto de mi vida en el que yo ya estaba bastante persuadido de que lo que pidiera en la oración, si realmente era bueno, lo obtendría, e incluso mucho más de lo que me hubiera atrevido a pedir.
De todos modos, aunque los prodigios de Dios ya me eran familiares, y aunque estuviera convencido de que la oración lo puede todo, hubo algo en esta última gracia divina muy digno de ser considerado, algo que la hace un acontecimiento especialmente destacado de mi peregrinación terrena. 
Lo que da especial relieve a este acontecimiento es su carácter de bisagra entre dos realidades: la de mi antigua vida y la de la nueva; es algo así como un puente que señala el lugar de no retorno entre un pasado marcado por las carencias y un futuro de plenitud, del que lo puedo esperar todo.
Precisamente por ese significado de 'meta volante', un breve comentario de sus circunstancias pondrá el punto final a esta primera parte de mis memorias. 

Me encontraba yo en un durísimo combate espiritual, y acababa de experimentar mi radical fragilidad. Estando pasando por una situación humana durísima, luchaba entre buscarle soluciones por mí mismo o dejar a Dios que hiciera y deshiciera, tal como la fe nos propone. La fe consiste en creer que Jesucristo está vivo, y que, siendo infinitamente bueno y poderoso, no puede permitir nada intrínsecamente malo en tu vida. Esta invitación al abandono no debe entenderse, sin embargo, como renuncia a usar las capacidades humanas: razón, voluntad, etc. No, no es hacerse pasivo, sino, más bien, concertar tu acción con la batuta de las  virtudes; y  en  primer  lugar  las  teologales:  la  fe,  la esperanza y la caridad. Éstas, sin dejar de ser un don de Dios, se desarrollan y se sostienen por el convencimiento personal que uno va adquiriendo en su camino de fe, a partir del trato íntimo con Jesús. (Cuando sufres y ves que humanamente no hay salida, las virtudes teologales se resienten, y aquí estriba la dureza del combate). Practicar esas tres virtudes principales, no anula, sino que solicita al máximo tus propias facultades naturales, como también el resto de virtudes: La paciencia, la perseverancia, la templanza, la prudencia, la humildad… De tal manera que los sufrimientos, aceptados y ofrecidos, dan por fruto, finalmente, una vida virtuosa y feliz. Después, una vez que se opta por este esforzado modo de actuar, allí donde uno alcanza su límite, interviene la Divina Providencia. Y, efectivamente, en el combate del que les estoy hablando experimenté, una vez más – ¡cuántas van ya!— que, con el agua al cuello, Él me tendía una mano y me mantenía a flote. 

En aquel doloroso, y, al mismo tiempo, gozoso encuentro con esa realidad última de mi fragilidad humana, el Señor  me  llamaba  a  ser  su  testigo.  ¡Bendito  sea  Dios! ¡Bendita sea la Ciencia de la Santa Cruz! Aquel momento se podría comparar con el que se vive en una expedición de alta montaña, después de coronar una de las cimas más exigentes: Tras el enorme esfuerzo de la ascensión, se alcanza el premio de una vista inigualable. 
Mirando, pues, el paisaje, desde esta atalaya de mi camino terrenal, distingo perfectamente un impresionante claroscuro: Veo entre tinieblas negrísimas el lugar de donde he salido, y atisbo en el horizonte, elevada, la luminosa ciudad a la que me dirijo. Dominándolo todo, el Arco Iris, “símbolo” brillantísimo en el firmamento, que traza un puente de colores entre las dos ciudades. Esta presencia sublime me exalta y me hiere al mismo tiempo; es Dios, sin duda, el que me sacó del pozo y me está conduciendo a La Ciudad Eterna;  pero,  al  igual  que  no  puedo  tocar  el  arco iris, tampoco puedo “cogerme de la mano de Dioscuando siento angustia. Y, al quejarme, Él me responde: “Te basta mi gracia. 
EPILOGO 
 Al tiempo que iba cuajando este proyecto autobiográfico de 153 rosas, iba dándole yo vueltas a cómo lo publicaría, y al enfoque que le daría. Porque, por  una parte, al tener varias “lecturas” relevantes había que estudiar cuidadosamente  qué  perspectiva  era  la  que  más  convenía resaltar; y por otra, tratándose de un libro para despertar conciencias, requería dar con el tratamiento adecuado para evitar que lo zancadillearan.
Estando yo ocupado con estos pensamientos me sacó de mis dudas, como acostumbra a hacer, mi querida promotora La Providencia, soplándome al oído que tenía que publicar inmediatamente la primera parte del libro, o sea, la que tienen ahora Vds. en sus manos. Cuando me viene una inspiración así, indefectiblemente compruebo enseguida que es lo más acertado. Y así ha sido también en esta ocasión.
Por una parte,  después  de  tener  casi  completado  todo el material del libro, se me ocurrió separarlo en “piezas” que, si Dios quisiera, podrían llegar a ser 153. Empecé a releerlo con este fin y fui escogiendo las “rosas” una por una, y numerándolas. Sucedió entonces que, cuando acababa de asignar la rosa 49, que era justamente…bueno que…lo siento, pero no puedo… léanlo si les parece otra vez y podrán completar Vds. mismos lo que me falta. Lo que vino después, que contaré en la segunda entrega del libro, está siendo un período perfectamente diferenciado del resto en la trayectoria de mi vida. No sé si habrá en él para completar las 153 rosas, pero sé que Dios lo hace todo muy bien.
Es destacable asimismo que esta primera parte pueda ser contada como una historia emocionante con final feliz, porque eso sirve muy bien al propósito que me mueve a publicarla: El de tranquilizar y animar a todos a vivir su fe sin miedo y con una firme determinación.
Por otra parte, si ya han leído el libro sabrán quién es Justo y lo cierto que estoy de que está camino del cielo, si no es que ya ha llegado. Recibí la sugerencia de publicar esta parte de mi vida el día de su cumpleaños, y ya saben que no creo en las casualidades. ¡Felicidades y gracias otra vez, querido amigo! (Qué maravilla, tener amigos para siempre). 
En el empeño por compartir la dicha que es para mí el Evangelio me he metido de lleno en la vida del cristiano que se puede ver compendiada en los Salmos. Me  parece  urgente  la  tarea  de  gritarle  al  mundo ¡Cristo está vivo!, para despertarle del letargo en que vive, estando ya la noche tan avanzada. Pero por decirles que el momento es apremiante, muchos se han incomodado y se han vuelto contra mí; aunque a pesar de todo mantengo la calma porque Cristo me conforta.
En  estos  graves  momentos  que  nos  está  tocando vivir, todo lo que no sea construir la convivencia sobre la piedra angular que es Cristo vivo es “desparramar” y, por tanto, privar a otros del sustento diario. 
La mayor parte de los cristianos afirman esto con sus labios pero sus ojos no lo ven, no ven que sólo Cristo vivo, que siente y actúa en medio de nosotros, puede construir la paz. Éstos, como al ciego del camino que gritaba al pasar Jesús, me quieren hacer callar pero Dios mismo los reprueba por ello: “Andáis diciendo que aún no es tiempo de reconstruir el Templo, y vosotros vivís en casas forradas de madera".
Sé que hay gente que me difama, y el motivo último es que anuncio el Kerigma; me veo por ello en la obligación de atajar esa maledicencia para que por mi causa nadie pueda desdeñar la buena noticia del Evangelio.
Al presentarse de improviso esta ocasión de publicar mis memorias en partes, y puesto a revisar el texto, me ha parecido mejor no eliminar los párrafos de la presentación que se refieren a sucesos aún no contados en este volumen. Con ello el lector ganará interés y perspectiva sobre el contenido actual y sobre el que, si Dios quiere, también pronto verá la luz.
Lo que recojo en este libro son hechos reales de mi vida, de los que sólo he cambiado algunos nombres propios, y algunos datos, para no favorecer la murmuración. Vale.

 
 


[1] “Y” es la conjunción copulativa. Es un nexo que une términos equivalentes.


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