JESÚS, YO TE QUIERO
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Nada nos separará del amor de Dios. |
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La fabada místicaCada cosa tiene su tiempo y no por mucho madrugar… Aún bisoño en la fe me atreví con San Juan de la Cruz, y me gustó. No es que aprovechara todo el alimento que él me daba, pero sí gran parte. Por decirlo con unos versos suyos, sublimes, entre los tantos que el patrón de la poesía española nos dejó:
“Y todos cuantos vagan
De ti me van mil gracias refiriendo
Y todos más me llagan
Y déjame muriendo
Un no sé qué que quedan balbuciendo.”
Es decir, que mucho o poco, el sabor celestial de sus poemas me llegaba y me encantaba. Y tan entusiasmado estaba con estos hallazgos que deseaba saciar mis ansias con ese alimento espiritual.
Los maestros de vida interior se explican muy bien y ayudan mucho a digerir adecuadamente esa comida. Es importante, sobre todo al principio, que busquemos ese consejo para no cometer errores innecesarios.
Por ejemplo, es frecuente que leyendo vidas de santos nos entren ganas de imitarlos, lo cual está muy bien pero no se puede hacer a ton-tas y a locas. Y eso fue justo lo que me pasó a mí después de leer los comentarios místicos del Cántico Espiritual de San Juan de la Cruz. Tan entusiasmado estaba por haber encontrado una vía practicable para mi vida, que quise correr por ella.
Aludía en sus comentarios el santo al desasimiento de las cosas materiales, a no dejarse llevar de nuestros gustos para gobernar nuestras acciones. Y daba detalles del asunto. El caso es que la extrapolación que yo hice no fue del todo acertada.
Yo ya había hecho un recorrido importante en no vivir de manera frívola (¡a la fuerza ahorcan!) pero quería ir más rápido y alcanzar enseguida al Maestro.
Es normal que al ir creciendo se perfile, cada vez más nitidamente, tu personalidad, tus gustos, tus intereses, tus actitudes. Por mi naturaleza y experiencia soy dado a gustar de las cosas también por dentro; soy reflexivo y hábil en la introspección. Esto hace que las experiencias que tengo me dejen más huella; tanto para lo bueno como para lo malo; digamos que por mi forma de ser amplifico mis experiencias sensibles.
Una de las cosas en que desde el punto de vista espiritual estaba aún muy verde era en dominar mis apetencias o más exactamente mi recreación en la comida. Consciente de esto y empapado de la doctrina del místico, un buen día interpreté yo, equivocadamente, que estaba ante la ocasión idónea para soltar lastre y avanzar en mi deseo de levantar el vuelo. Intentaría meter el estoque a mi hombre viejo en un punto clave de mis ataduras sensibles: La fabada, mi plato favorito.
No era frecuente comer una buena fabada en mi casa, otra cosa distinta era comer algo parecido a la fabada, cocinado en la olla a presión. Pero el caso es que aquel día sí que tocaba.
Por entonces había llegado yo a un punto de mi recorrido espiritual en que creía tener fuerzas suficientes para poner a prueba mi capacidad de mortificación y dominio propio.
Y dicho y hecho. Sin decírselo a nadie para más padecer, dejé que me sirvieran el plato de costumbre… y comencé el gran festín.
Para empezar, me abstuve, no sólo de comer, sino ¡también de mojar! el pan crujiente y tierno en el enjundioso caldo. Y nadie se dio cuenta, ¡salvo yo! Uno de mis mayores deleites al degustar este manjar es combinar cada bocado de las selectas legumbres, bañadas en un poquito de caldo, con un trocito de chorizo, de morcilla, de lacón o de tocino, según me venga en gana, porque todo ello está siempre disponible para mí en mi plato. Pero no habría de ser así esta vez. Y esto SÍ que fue ascesis: Me comí en primer lugar las alubias, repito que, sin pan, después el caldo, y por último el compango. El sufrimiento fue mayúsculo. Pero ahí quedó la faena.
Puede parecer una tontería, en realidad todo lo que cuento puede no sonar más que a disparate tras disparate, pero afrontar aquella gesta gastronómica en solitario contribuyó lo suyo a poder realizar otras hazañas más atrevidas y de mayor calado en el futuro.
Tenía yo a la sazón una amistad peculiar, “tal pa cual”, vamos, como se suele decir. Contándole la aventura de la fabada no daba crédito; pero su pasmo no llegó al culmen, desde donde pasaría directamente a la indignación, hasta “la siguiente faena”. A saber:
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Soltar lastreAntes he hablado de una primavera de mi vida largamente esperada, y de la poda que la precedió. De esas 'podas' habla claramente Jesús a sus discípulos: “Yo soy la vid y mi Padre es el viñador; aquel sarmiento mío que no da fruto lo corta y lo echa al fuego; al que da fruto lo poda para que dé más fruto.” “Vosotros estáis ya limpios por la Palabra que os he anunciado”.
Con estas imágenes nos recuerda Jesús la eficacia de su Palabra para conducirnos al Bien y a la Verdad; a la dicha de las Bienaventuranzas.
Decíamos antes que el amor de Dios es personal. El medio para conocer este amor y sentir que es personal, o sea, que Él te quiere a ti en concreto, es la fe. Creer es la llave para que Jesús entre en tu vida y, enamorándote, le dé la vuelta como un calcetín.
La forma más corriente en que Él se nos hace presente es por medio de su Palabra. Los que escuchan la Palabra de Dios, la entienden cada cual a su manera, pero si somos sinceros y sensatos y no sólo la escuchamos sino que la ponemos por obra, entonces ya no es nuestro entendimiento el que va guiando nuestra acción sino que es Jesús mismo. Él, habitando por su palabra en nuestro corazón, dirige nuestras acciones de la mejor manera posible.
De lo anterior se sigue que la actitud propia del cristiano es el abandono, pero el camino para llegar a él pasa por atreverse a poner por obra la Palabra de Dios. Como esto es de lo más costoso, lo que voy a contar a continuación es un ejemplo de la felicidad que conlleva creer en el amor personal de Dios. Pero como en un buen espectáculo siempre hay un buen telonero, ahí va un sabroso cuentecito:
Cierto alpinista se cayó al vacío y envuelto en densa niebla le pilló la noche colgando de su cuerda. Con miedo a morir congelado oró a Dios y oyó que Éste le decía: “Corta la cuerda”. Dudó el deportista, pero venció la confianza: Al tiempo de dar el tajo notó un ligero temblor en las rodillas… a causa de la presión de su cuerpo al tomar con-tacto con el suelo del saliente rocoso ¡que tenía a un par de centímetros de sus pies!
Mi asunto viene a ser como una pirueta absurda, pero por más que quepa juzgarlo como infidelidad a la voluntad de Dios, como una salida en falso debida a mi cansancio o apatía, el lugar al que me condujo este suceso prueba que la intención de mi corazón era noble, y que, en medio de ese aparente absurdo, Él seguía actuando eficazmente en mí, por mi fe. Más bien cabría aplicarle a este episodio lo que decía mi querido hermano de religión, Alberto “Cariño”, que en paz esté, y al que desde aquí mando un beso: “Si uno tropieza y no se cae, avanza”.
¡Qué simpático eres, Alberto! Sin duda Dios te quiso pronto consigo porque también quería reírse con tus gracias, pero sobre todo porque le amaste mucho y en tu gran sufrimiento no le abandonaste. ¡Cómo te agradezco también el consuelo que le diste a mi madre en aquel trance!, haciéndola ver que al fin y al cabo yo estaba mejor y que los únicos tesoros que valía la pena guardar eran los que no se corrompen nunca. ¡Y qué poco tiempo faltaba para que te fueras tú a ese lugar donde nada se corrompe!
Yo aún estoy de camino a esa morada, pero, como tú decías, avancé bastante con aquella disparatada ocurrencia. Y si el paisaje que llegué a ver, por haber dado traspiés, resultó tan excelente, ¡cómo será el que tú ves!
Un día escribí la siguiente crónica contando las maravillas que quedaron descubiertas ante mí después de aquello: “Acabo de dar un paseo. Compruebo que la gente se muere de tristeza por falta de amor. Me he encontrado con varias personas que necesitaban unas palabras de cariño y me ha salido dárselas. Con ello me ha llegado una suavidad al corazón que cada vez que me pasa no puedo más que asombrarme. Y el caso es que esto me sucede sin esfuerzo, lo único que hago es compartir con ellos lo que para mí ha supuesto descubrir la verdadera vida. Les digo de una u otra manera que hemos nacido para ser felices. Que la Vida está deseando darnos cosas hermosísimas. Y después les digo el camino que a mí me ha llevado a gozar de esa felicidad. Les digo que hay que aceptar lo que la vida te ponga en cada momento, sin asustarse. Que es cierto que hay veces que se pasa muy mal, pero que, si tú esperas sin revelarte, si tú aceptas la dificultad del día presente con paciencia, en primer lugar, no te resultará tan dura, y en segundo lugar, te estarás preparando para recibir los grandes regalos que la vida te tiene reservado. Porque yo no soy más que nadie y a mí me está pasando y también sé por muchas otras personas que esto es así como lo cuento. Que toda la ciencia en la vida consiste en saber esperar. Y que a todos nos aguarda un destino maravilloso, ya aquí en este mundo.”
Felipe y Bartolomé
Estos dos apóstoles me sirven para introducir el relato del suceso que marcaría un antes y un después en mi vida.
Al igual que sucede con otros, de estos dos discípulos no se dice mucho en los evangelios, pero sí lo suficiente. En concreto, en el momento en que se nos presenta a Bartolomé, Jesús dice algo que supone nada menos que la actualización del sueño de Jacob (después llamado Israel) en el que vio una escalera por donde subían y bajaban los ángeles hasta donde él estaba y al despertarse exclamó: ¡Oh, Dios mío, estoy en la Puerta del Cielo y yo no lo sabía!
Felipe llamó a Natanael (o Bartolomé): ‘Hemos encontrado al Mesías’. Y, al verle venir, Jesús hace un comentario, que da pie a un breve diálogo. Dice Jesús:
- Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño.
- ¿De qué me conoces?
- Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi.
Al oír esto, Natanael confesó su fe. Y es entonces cuando Jesús profetiza: “…Veréis a los ángeles subir y bajar sobre el Hijo del Hombre”, con lo que se señala a sí mismo como la Puerta del Cielo anunciada a Jacob.
Se dice que Natanael predicó en la India y en Persia y que allí fue desollado; y así se le ve, con su piel en la mano, en un lugar destacado de la Capilla Sixtina. Otra imagen frecuente de este santo es la que le representa victorioso sobre el mal por medio de un monstruo al que lleva encadenado o al que tiene como estrado de sus pies.
En cuanto a Felipe, se le reconoce el mérito enorme de llevar a otras personas hacia Jesús. Lo hizo con Bartolomé y lo hizo también en la última Pascua de Jesús con unos griegos que querían conocer al Maestro. El hecho de que fueran griegos y por tanto culturalmente enemigos de la fe, realza el perfil de Felipe como un gran evangelizador.
En el episodio crucial de mi vida que voy a contar ahora, un personaje llamado Felipe va a ser el instrumento del que Dios se valga para acercarme definitivamente a su Hijo. En cuanto a Bartolomé, me une con él mi falta de diplomacia por una parte y mi sinceridad por otra. Y si Jesús correspondió a la veracidad del apóstol con el espléndido anuncio de que el que quisiera ir al cielo tenía que “entrar por Él”, yo, sinceramente, tengo que decir que conmigo hizo lo mismo.
Además, aunque todo esto les sorprenda bastante, les confieso que también a mí me dijo el Señor que “antes de que Felipe me llamara me había visto debajo de la higuera”; y en cuanto a lo mucho que Bartolo tendría que pasar para llegar al descanso eterno...
En aquella visita que hice al Museo del Greco tuve la fortuna de poder ver uno de los Apostolados más valorados por los expertos. De los doce (incluyendo a San Pablo) sólo Natanael aparece con vestiduras blancas (ver nota al pie). Otro rasgo que lo singulariza es que tiene las dos manos ocupadas: en la derecha la cuchilla con la que le desollaron y en la izquierda la fiera (el diablo) sometida por fin. Respecto a su atuendo monocromo, está muy difundida la versión de que se trata de un retrato incompleto. Qué lástima que las personas que pueden crear opinión falten en más de una ocasión a la prudencia. A poco que se comparta su fe, nadie puede dudar de que el Greco sea un artista inspirado por Dios. Desde esta perspectiva, pierden fuerza muchas atrevidas interpretaciones sobre su obra y ganan protagonismo otras que arrojan más luz. Para un cristiano, decir que las vestiduras blancas de Natanael, uno entre doce, están por terminar, es desconocer la vida de la Iglesia en el Espíritu, y es despreciar la profunda visión creyente del autor. Además, si se mira bien el cuadro, se aprecia en torno a la cabeza de este apóstol un halo de color que no hay en los demás, lo cual es otro indicio para pensar que más que dejarlo para el final, estaba más bien Bartolomé en un lugar destacado del 'iconostasio particular‘ del Greco.
Anteriormente he relatado cómo, entrando por mi propio pie en las espesuras de la vida con Dios, me habían ocurrido algunas anécdotas curiosas y afirmaba que, juzgando por las consecuencias, habían tenido su importancia para el progreso de mi fe.
Aquella serie de relatos que en honor a Su entrañable Misericordia titulé “Amor personal de Dios”, bien podría haberse titulado: “El caso es seguir a Jesús”, y a esa serie pertenecería con toda propiedad este episodio crucial de mi vida que vengo anunciando. (Haz click) El mendigo es Felipe
De Felipe nunca más se supo. Con buen criterio me reconvino entonces mi madre por haber puesto a aquel hombre en situación de pecar y de perder el precario equilibrio que tenía en su vida, de lo cual, en verdad, me arrepiento. Por eso, cuando me acuerdo de él, le pido a Dios que le bendiga y le guarde.
Después de aquello, durante un tiempo volvió a hacérseme palpable que aún no había encontrad yo mi sitio en la vida. Tenía por delante el ancho mar y un horizonte despejado; todos los caminos abiertos pero ningún interés particular por ninguno. Sólo estaba seguro de una cosa: Quería seguir a Jesús.
En cuanto a la indignación que mostró aquel sui generis amigo mío al enterarse de los pormenores de este surrealista asunto -"Pero hombre, si querías tirar el dinero ¿cómo no se te ocurrió dármelo a mí?"- me divirtió en un primer momento, pero, pensándolo mejor, aquella reacción suya era también para pasmarse porque ¡el tío hablaba totalmente en serio, y su indignación era auténtica!
Y ahora, volviendo al tema de fondo, y como conclusión: No es posible servir a Dios y al dinero, porque amando a uno desprecias al otro; no, no es posible, Dios y el dinero son principios irreconciliables.
- "Pero entonces ¿quién puede salvarse?", preguntaron los apóstoles. Y Jesús les dijo:
- "Para vosotros es imposible, pero no para Dios: Dios lo puede todo."
Y yo, humildemente, doy fe de que eso es cierto.
*[En una de las visiones que San Juan relata en el Apocalipsis, ve junto al Señor, que está rodeado de los cuatro evangelistas, los apóstoles, ancianos, etc., a una muchedumbre vestida con túnicas blancas. Preguntándole San Juan al ángel que le introduce en la escena quiénes son, éste le contesta que “son los que vienen de la Gran Tribulación y han lavado y blanqueado sus túnicas en la sangre del Cordero” (Ap 7, 14)]
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