DIOS ES VERAZ, Y SE DA A CONOCER AL QUE LO ADORA
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Vocación de Geraseno
Dejando atrás esas agitadas páginas de mi vida, el gozoso
descubrimiento de mi vocación fue el comienzo de una nueva etapa en mi
peregrinación terrena.
Una poesía que escribí la noche del Viernes Santo en que
conocí a Pilar, mi mujer, puede servir para levantar el telón a este fecundo
período de mi vida. La Virgen María nos había citado en un oasis de
espiritualidad que hay en el centro de Calahorra; y las persistentes lluvias de
aquella tarde preludiaban una primavera espléndida:
El cielo se ha oscurecido,
y al compás del trueno y la luz del rayo, los ángeles lloran
anunciando el paso.
En medio del llanto, y alzada en lo alto, la cruz consabida
con la muerte erguida.
¿Qué miráis tan serios, calagurritanos?
¿Contempláis a un muerto o al Amor clavado?
Porque nunca he visto
que al gritar ¡TE QUIERO! el enamorado,
quede en la doncella el corazón parado.
…Si es por verle herido y desfigurado,
que en la cruz no encuentras a tu bien amado, pídele que
limpie tus ojos cansados
en la fuente clara que hay en su costado.
Entramos en el vergel de mi vida con Dios: La frondosidad,
el colorido, el frescor y la abundancia de toda clase de frutos buenos es su
nota predominante.
Una vez que uno ha franqueado el paso a este paraíso escondido,
su vida se transforma. Puede parecer igual desde fuera pero uno ya no vive del
mismo modo.
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14 de septiembre de 2005. (Fiesta de la Santa Cruz)
« “Conocí a Pilar por pura “diosidencia” en el Centro, una
tarde lluviosa de Viernes Santo, tras seis días de intimidad con el
Señor. En mi vida sólo había una cosa
clara por aquel entonces: deseaba ser de Jesús, lo buscaba con
sincero corazón, estaba dispuesto a todo por seguirle. Pero cuando en la
mañana del Sábado Santo me despedí de aquella chica, aún no imaginaba que los
caminos del Señor me iban a hacer parar en una estación con nombre de mujer.
Sin ser muy consciente de ello, yo arrastraba una pesada carga y, de repente,
el domingo de
Gloria, mi corazón acorchado se agitó al recibir un mensaje de Pilar: “Dios te
ama”. El Señor mismo se lo había dictado. Al siguiente fin de semana quedamos en el Centro, y luego muchas veces más, durante diecisiete meses.”
“Para mí, conocer a Manuel, fue algo totalmente inesperado.
Como suele hacer el Señor, nos sorprende con algo muy grande cuando uno menos
lo imagina, rodeado de tal sencillez y naturalidad que casi se diría que es como
“de niños”. Cuando uno se deja llevar por esa mano suave, algo así como
una caricia, se
encuentra de repente
envuelto, acogido, tratado con mimo. Eso es lo que, inmerecidamente,
hemos podido vivir durante estos meses de noviazgo.
Ha sido duro en muchas ocasiones. Como todos sabéis, no
resulta fácil seguir al Señor en esta sociedad que nos asfixia y sientes tan
fuerte la doble lucha, la de dentro y la de afuera. Pero, casi sin darnos
cuenta, Jesús nos preparaba un gran regalo en estos meses de intimidad con Él:
Comprender que el éxito de este nuevo camino está en vivir colgados
de la confianza
total en el
amor de su Corazón.”
Caminamos con temor y temblor atentos a la voz del Amado, que
nos hablaba a través de la oración sencilla en las distintas capillas y
rincones del Centro, de las tandas de ejercicios espirituales, de los consejos
de algunos sacerdotes, de los encuentros
fraternos en el comedor, o por medio de maravillosos cursos de formación como el del “Amor Humano” de
Blanca, o el de “Escucha Activa”. Como guinda, tuvimos la experiencia única
de estar con
Él durante el
mes de ejercicios ignacianos, que como cada verano, impartía el P. Cerro. Y así, por fin, fuimos capaces de dar
el paso.
Ayer cumplimos un año de casados, y volvimos a ver el vídeo
de la boda. Nos pareció que era como un trocito de cielo; y, al recordar el tremendo desgaste emocional de lo
que tuvimos que vivir hasta llegar a ese momento, caímos en la cuenta de que
el Señor nos había estado preparando para algo muy grande, una vocación
matrimonial, que vivida al amparo de la Misericordia de Dios, estaba pensada
desde siempre para llevar almas al cielo.
Nunca olvidaremos que la alegría de esta vocación la
recibimos en el Centro de Espiritualidad, y nunca agradeceremos bastante lo
mucho que nos ha dado.
Postdata: El Señor quiso que Pilar y yo nos conociéramos un
Viernes Santo, estando Él en la Cruz. Y que al año de casarnos, en la Fiesta
de la Santa Cruz, compartiéramos la alegría de nuestra vocación aquí, con vosotros. Que Dios lo
sea todo en vuestras vidas.»
Hemos visto que el Evangelio del geraseno termina con la 'llamada' −vocación− que Jesús le hace para que sea su testigo, divulgando en
medio de los suyos todo lo que Dios había realizado en su vida. De esa manera, aquel
hombre, que había estado marginado de la sociedad, era “reintegrado” por Jesús a ella en una dichosa condición.
Al ofrecimiento del geraseno de estar dispuesto a seguir a Jesús (sacerdocio), éste le respondió: “No, me vas
a servir mejor como laico casado, dando testimonio en tu familia, en el
trabajo, con tus vecinos, en la parroquia, etc.”. Sonrío al recordar que la víspera de conocer a Pilar, después de varios días de retiro en oración “yo había decidido
hacerme sacerdote”, y al contárselo luego a un cura amigo mío soltó una
carcajada diciendo: “¡Pero hombre! Uno “no se hace” sacerdote, sino que Dios le llama" (La vocación se recibe). ... Y tengo que reconocer que durante aquel retiro, en silencio, yo no le había quitado ojo a una chica rubia muy guapa que estaba en mi mismo grupo.
Con lo que he relatado hasta ahora de mi historia, ya podrán
entender la gran alegría que supuso para mí unirme a Pilar ante el altar. Y
otro tanto podría decir ella. Esa íntima alegría es pues el marco de nuestro matrimonio.
No una alegría achampanada, de sentimientos volubles que te exaltan, sino más
bien un estado interior sereno, como si la casa que habitas fuera recalzada y
su mayor firmeza te descansara por dentro. Y de modo también que la
incertidumbre ante los avatares de la vida no pesara tanto y pudiera más la
confianza que el miedo.
Como un buen sacerdote nos dijo a mi mujer y a mí al poco de
casarnos, y viéndonos tan contentos:
“Habéis entrado en la universidad del amor; no tenéis el diploma, sino
la matrícula”. ¡Qué gracia! Llevábamos en aquel momento en la mano el Libro de
Familia recién obtenido y se lo enseñamos: “Sí, tiene razón, aquí tenemos el justificante de haber hecho la inscripción.”
Ciertamente la verdadera aventura no había hecho más que
empezar. En cualquier caso, estar en esa universidad ya era algo hermoso,
grandioso; y de ahí nuestra felicidad.
Los primeros años de casados no resultaron tan fáciles,
y pasamos por algunos
aprietos, pero en todos ellos lográbamos ir salvando los escollos
y salíamos fortalecidos y con alegría. Crecer en el amor era para nosotros el sentido de vivir y
por eso a pesar de las dificultades seguíamos alegres.
En nuestra invitación de boda habíamos escrito un versículo
del Salmo 126 que dice: “El Señor ha estado grande con nosotros y estamos
alegres”. Ese salmo cuenta la experiencia del pueblo de Israel en su trato con
Dios: “Al ir, íbamos llorando, llevando la semilla; mas al volver, volvemos
cantando, trayendo las gavillas”. Las Sagradas Escrituras, en general, nos
enseñan cómo vivir sin perder la esperanza. Como matrimonio, perseverábamos en la escucha de la Palabra
de Dios, los sacramentos frecuentes y la oración. Este modo de vivir nos
ayudaba a superar los pequeños roces del día a día y nos iba preparando, junto
al esfuerzo por practicar las virtudes, para afrontar los momentos difíciles.
Ciertamente, para los tiempos recios, una vida sencilla y
religiosa, orientada a buscar siempre lo bueno, es la única garantía. Esas
pruebas que llegan siempre al matrimonio, no se hicieron esperar en nuestro
caso.
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El regalo-legado de Justo
Justo, mi amigo, nos explicó que no se encontraba tan bien
como para asistir a nuestra boda, pero nos hizo sentir con su habitual sencillez que su cercanía de corazón
la tendríamos siempre.
En torno a
aquellas fechas recibimos
un paquete suyo. Él, aunque cobraba una pensión, nunca tenía nada porque lo daba todo. Creo que lo que nos mandó como regalo
de boda eran las pocas pertenencias de valor que aún conservaba. En una cajita de madera, de las de puros habanos, recibimos
lo que resultaría ser el regalo-legado de Justo, porque a los pocos meses
partiría para la otra vida.
Su obsequio venía acompañado de una carta, agridulce y
sabrosísima por demás, en que nos resumía su experiencia de un año en el
centro de los Hermanos Hospitalarios de San Juan de Dios, siendo consciente de
que ésta sería su última residencia en este mundo. Exponía cómo allí la
violencia y el amor eran inseparables y, encomendándose a nuestras oraciones
por los pecadores, terminaba con una broma de su fino humor: «…En fin, queridísimos Manuel y Pilar,
esto no es vida, es un bidón»
Respecto a los regalos, añadía una breve reseña: "Esto es lo único, y todo, lo que, hoy por hoy, os puedo dar.
Espero que comprendáis lo que significan estas ofrendas que os hago. Recemos todos.”
Aquel “lote de mi heredad” contenía una brújula, un
colgante para perros destinado a portar la dirección del amo, un llavero de La Virgen de la Salud, algo más que no
recuerdo, y una pequeña esquila para prevenir que las ovejas se perdieran entre
la niebla... Esta campanita suena en mi casa desde entonces, cada vez que se abre o se cierra la
puerta.
Dije que éstos eran los últimos regalos de Justo pero me
equivoqué, y ahora veo que no habrá nunca un último regalo suyo. Hoy mismo,
releyendo sus cartas, he obtenido luces que no había percibido antes. Y creo
que así será siempre con Justo. Gracias, amigo.
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