SI VAS A LA MANCHA, NO TE ALBOROTES
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Don Quijote recupera la cordura en el lecho de muerte. |
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La forma final del texto responde al único criterio de
comunicar mejor y se ha ido perfilando entre la providencial inspiración y el
constante esfuerzo por ser ordenado, conciso y ameno. Con este fin he procurado
cuidar la corrección del lenguaje y la precisión conceptual, evitar el adorno
vacío y hablar con el corazón.He de reconocer que en mi empeño por ser justo y veraz con el lector, no siempre he estado a la altura debida, por lo que le pido disculpas.
En cuanto al contenido, que responde al esquema anunciado de testimonio de fe y servicio a la verdad, lo trataré a continuación valiéndome de una comparación con la obra cumbre cervantina.
El nombre de Cervantes va asociado en España a las instituciones más prestigiosas, los premios más distinguidos, las calles, lugares y plazas más selectos… Para los españoles de cierta edad, ese nombre hace resonar muy adentro los más solemnes y afinados acordes de nuestra cultura, de nuestra identidad.
Desde niños fuimos imbuidos de una enorme admiración, respeto y agradecimiento a esa figura de tan destacado humanismo. Pero curiosamente, a poco que nos interesáramos por su biografía, topábamos con los muchos infortunios que jalonaron su existencia, incluidas varias estancias en prisión.
Debo reconocer que este último hecho, de tan sabido, lo di siempre por normal. Y sin embargo, ahora caigo en la cuenta de que lejos de ser normal es más bien motivo sobradísimo para una gran perplejidad: ¿Cómo es posible? ¿Cómo alguien dotado de tan exquisita sensibilidad ética y estética pudo haber corrido esa suerte?
No me cabe duda de que El Manco de Lepanto incluye su propio retrato en el del ingenioso hidalgo, y en concreto cuando dice de Don Alonso Quijano que, “tanto cuerdo como loco, es de apacible condición y agradable trato”. Curtido en desventuras y llegando a viejo, Cervantes lega al mundo una obra sublime, compendio de la experiencia adquirida en una vida virtuosa orientada al bien común y tesoro de humanidad de incalculable valor. Y si su vida y su obra muestran a las claras su condición de honorable caballero ¿cómo encajamos en ella su paso por la cárcel?
El propio Cervantes escribió este Epitafio para Don Quijote que, no me cabe duda, no habría rechazado para su propia sepultura:
Que a tanto extremo llegó
De valiente, que se advierte
Que la muerte no triunfó
De su vida con su muerte.
Fue el espantajo y el coco,
Del mundo en tal coyuntura
Que acreditó su ventura,
Morir cuerdo y vivir loco.
El primero es que la del Quijote no es propiamente una historia sino muchas historias, entretejidas y aderezadas con comentarios, que presentan un abigarrado elenco de personajes, situaciones y formas de ver la vida, por medio de todo lo cual se compone un fino retrato del alma humana. Y en cierto modo ese procedimiento y dirigido al mismo fin, aunque obviamente a diferente escala, es también el que yo utilizo en mi obra.
La segunda semejanza es que El Quijote toma como pretexto las desventuras de un loco para corregir ciertas costumbres de su tiempo y edificarnos a todos. E igual propósito y pretexto han servido para componer 153 rosas.
Cervantes “cura”a Don Quijote estando para morir y las últimas palabras de Quijano son para cantar las misericordias del Señor. En ese trance, el más importante de su vida sin duda, con la misma humildad con que reconoce el amor y la paciencia de Dios, les pide a los suyos perdón y les ruega que le devuelvan el crédito que tenía entre ellos cuando estaba en sus cabales y le apodaban “el bueno”.
Para enfrentarse a ese reto usará nuestro protagonista las armas que nos legó a todos el insigne Caballero Andante, cuando en el lecho de muerte hizo profesión de fe y dio muestras de su humildad.
Con esas luminosas armas – la fe y el amor a la verdad, que no es otra la materia de la humildad– y con el corazón apaciguado por saberse amado de Dios, intentará el héroe de las rosas doblegar la sospecha de los incrédulos, que cuestionarán amenazadoramente su cordura cuando, urgido por su conciencia, emprenda atrevidas acciones humanitarias.
También emparentan ambas obras al presentar el hecho insólito de la curación de un mal tenido por incurable; pero mientras que yo me detengo a explicar largo y tendido cómo acontece ese admirable suceso, en el Quijote no se da ningún detalle al respecto.
Sabemos que el hidalgo manchego perdió la razón llevado de su inquietud -nostalgia de la verdad- combinada con sus miserias -afán de notoriedad, pereza, etc.- y con un ambiente cultural desnortado. Pero de las experiencias interiores que le hicieron volver a sus cabales no se dice nada en la novela.
Su sorprendente final, con el restablecimiento de la salud −mental y espiritual− del hidalgo, es apenas conocido del gran público. Han quedado inmortalizados dos caracteres universales, como prototipo de dos actitudes ante la vida que raramente convergen. Y Don Quijote ha pasado a la historia revestido de loco.
Pero quiérase o no, la prodigiosa curación del insigne loco acontece; “contra pronóstico”, ciertamente, pues la historia de la medicina no abunda en casos como ese, pero ahí está. Y lógicamente nos plantea una duda: ¿Quiso Cervantes decirnos algo con ello o se trata simplemente de un punto débil del argumento o de un guiño a la jerarquía eclesial?
Como también es verdad que hay saberes que no entran por los ojos de la mente si antes no se han abierto las puertas del corazón; y de esto habla mucho Don Quijote.
A uno que solía criticar a la Iglesia, le ponderaron tanto las vidrieras de la Catedral de León que fue a verlas. Como aún estaba cerrado se dio una vuelta por fuera y fijándose en las ventanas se formó la opinión de que aquello no valía tanto la pena. Pero al entrar quedó impresionado por la explosión de luz y color que llegaba al templo desde los vidrios policromados. Y entonces comprendió aquello que tantas veces le habían dicho de que la belleza de la fe sólo se aprecia cuando uno ha entrado por sus puertas.
No se puede entender del todo El Quijote sin tener fe. Dios se ha hecho visible y accesible en su Hijo, el hombre-Dios Cristo Jesús. Los que creen que Cristo es el Hijo de Dios que nació, murió y resucitó para salvarnos de nuestros naufragios, esos, tienen y comparten un mismo Espíritu, el de los hijos de Dios. El mismo que ilumina las páginas del Quijote.
Ese Espíritu no es normal; es capaz de penetrar cualquier realidad. Por ejemplo: después de Pentecostés salieron los apóstoles a predicar por las calles de Jerusalén, llenas de extranjeros venidos para la fiesta y sucedió que cada uno de esos forasteros los oía hablar en su propia lengua. El Espíritu Santo actuando sobre los doce les daba el don de lenguas. Y en la Biblia se mencionan muchas otras manifestaciones de ese Espíritu, como la de curar enfermos o el don de profecía. Dicho sea de paso, las más sublimes creaciones humanas -artísticas, científicas, o del campo que sean- están penetradas de este mismo Espíritu.
Podría decirse que quienes han acogido a Dios en su interior “quedan conectados en red” y pueden descubrirnos los secretos de la red, que de otro modo nos serían inaccesibles.
Pero creo que ya es hora de confesarle al lector que tiene entre sus manos el relato de mi propia curación; sí, yo mismo soy el quijote de 153 rosas.
Por otra parte, enlazando con lo anterior, también les puedo asegurar que el ingenioso hidalgo hubo de tener muchos momentos de amarga soledad que serían aprovechados por Jesús para hacerse presente y por medio de pequeños consuelos irle preparando para el encuentro definitivo con Él.
Es evidente también que Don Alonso Quijano tenía una gran familiaridad y conocimiento de las realidades trascendentes, como queda patente en tantísimos comentarios a lo largo de la obra; y sin duda ese patrimonio habría actuado también de poderoso mediador para su curación. Todo eso y la oración de sus pocos, pero muy cristianos, seres queridos.
El Salmo 110 nos ofrece el modelo a seguir si queremos avanzar con seguridad hacia la meta, que es el descanso eterno:
Siéntate a mi derecha
Y haré de tus enemigos
Estrado de tus pies (…)
En su camino beberá del torrente[3]
Por eso levantará la cabeza.”
Levantando la cabeza[4] al cielo y dándose por entero a su amada Dulcinea, se metía en la batalla. Dios en esos trances calmaba su sed con su Agua Viva.
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Hay además en 153 rosas otras hierbas, frescas y aromáticas, que mejoran el sabor del guiso. Como anticipo les puede servir degustar algún pasaje del Quijote aderezado con ellas, o sea, con la perspectiva de lo que él nos hubiera contado de sí mismo desde la cordura.
En primer lugar nos llevaríamos una gran sorpresa porque, acostumbrados como estamos a reírnos con las cosas de este loco y dar por hecho que de tan loco y ridículo que es hasta su sufrimiento es de broma, se nos pasan desapercibidas situaciones de gran interés humano.
Es frecuente asimismo pensar que su trastorno le preservaba de las fatigas morales que tanto agobian al común de los mortales, lo cual es otra manera de desaprovechar la enjundia de la obra.
En la aventura de los molinos, por ejemplo, recién divisados los “gigantes”, Don Quijote dialoga con Sancho y éste trata de convencerle de que está en un error. Esta escena, verdadero icono de la obra, se presenta como el colmo del desvarío y se suele interpretar como una página de humor, rayando en la hilaridad. Pero pongámonos ‘las gafas’ y fijémonos con atención:
En nuestros días, la dramática imagen que dio la vuelta al mundo de un hombre con los brazos en cruz intentando frenar el avance de los tanques, vendría a ser el trasunto actualizado del momento que inmortalizó Cervantes hace 400 años.
Sancho, por su parte, tiene que estar tremendamente asustado puesto que su amo está dando muestras alarmantes de no estar en sus cabales y está además comprometiendo muy seriamente su integridad física. En esa tesitura, lo lógico es pensar que el diálogo entre ellos rezumaría tensión.
Suponer que Don Quijote está por encima de las sensaciones psicológicas que nos avisan de algún peligro y que son más penosas cuanto mayor sea éste, es poco acertado. Pero además de ese miedo natural ineludible, el escudero está poniendo enfáticamente al amo frente a su locura, lo cual le añade al cuadro, si cabe, aún más dramatismo.
Don Quijote está atrapado por un doloroso dilema: “Estoy yo realmente loco o éste, que habitualmente es una persona con los pies demasiado en el suelo, no se entera”. Y al mismo tiempo: “¿Son éstos molinos, que ciertamente lo pueden parecer, o son gigantes?”; y la peligrosa decisión tiene que ser tomada en cuestión de segundos, ante la inminencia del “encuentro”.
Sin duda, el despiste que supone esa extendida lectura superficial de la obra deviene en parte del tono marcadamente cómico con que está escrita y que obedece a la intención del autor de transmitir una visión esperanzada de la vida.
Participando yo enteramente de ese mismo optimismo existencial, recurro también a salpicar mi narración con anécdotas simpáticas de modo que el espíritu que le vaya llegando al lector no sea apocado sino animoso.
Ese contrapunto jovial es especialmente valioso para serenar la mirada ante la disección que hago de los inquietantes fenómenos asociados al trastorno mental.
La confusión que dicen tener muchos de los personajes a lo largo de la novela de Cervantes acerca de la cordura o extravío del Caballero Andante, alude a la finísima línea que separa una condición de otra; y sugiere veladamente que esas extrañas formas de enajenación pueden tener su origen en un “pequeño fallo”y no en una grave alteración orgánica.
Al desenredar la madeja de mi locura he dejado al descubierto las trampas que la habían engendrado, y al hacerlo he conseguido arrancarle de cuajo toda su malignidad a los aterradores síntomas que la acompañaban.
Y todo eso ha sido posible gracias a una medicina que se adquiere gratis: La Misericordia de Dios, la que por cierto también murió alabando el insigne hidalgo; y por algo sería. Enseguida volveremos sobre este punto.
Poder desenterrar los “pedruscos traicioneros” que hacen tan escabroso el camino de una psicosis es un paso más hacia el objetivo de un mundo sin enfermedades. Pero por de pronto, y siguiendo con lo que veníamos comentando, el avance que supone constatar que la psicosis tiene cura, nos abre a un nuevo modo de entender el Quijote y a los quijotes.
Por lo que a mí respecta, incapaz de expresar lo que mi alma siente al poder unirme a esa cadena de alabanzas a Dios, que con dorado eslabón enalteció Cervantes; y así elevado el ánimo pero sin pretender llegar más alto de lo que a Él le plazca; aunque ni de lejos llegara yo a pisar el collado siquiera del mítico monte de las deidades humanas, si al menos lograra trepar a aquella otra, también mítica, cumbre, la del afamado árbol...
…Cogería la sua flor
Pa dársela a mi morena
Que la ponga en el balcón.
Tengo de subir al árbol
Y la flor he de coger.
[1] Vale es Adiós en latín.
[2] El así llamado Quijote de Avellaneda presenta un remedo del personaje que lo devalúa miserablemente. Es denostado por Cervantes en la segunda parte de su obra y ha pasado a la historia por su ruindad.
[3] Torrente, para los biblistas, puede significar aquí los sufrimientos o las gracias divinas, pero según mi experiencia engloba las dos cosas.
[4] Cristo es quien “Levanta la cabeza” al ser glorificado en la Cruz. Los demás, como Don Quijote, uniéndonos a Él con nuestra propia desventura, participamos de su gloria.
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