LLUVIA DE ROSAS

Vuestra tristeza se convertirá en gozo. (Jn 20,16)

Cuando conocí a la que hoy es mi esposa llevaba yo diez años rehaciendo mi vida en el Camino Neocatecumenal. Haciendo rehabilitación en el Hospital Nª Sª de Covadonga, de Oviedo, conocí a una chica, muy guapa, por cierto, que se había salvado milagrosamente de un Síndrome de Guillén Barré. Era una madrileña afincada en Oviedo, y fue ella la primera en hablarme de este movimiento de Iglesia. Se hacían unas catequesis durante unas semanas, y luego se entraba a formar parte de un grupo de unas treinta personas, que se reunían un par de veces a la semana para madurar en la fe. En mi grupo teníamos por 'responsable' a un minero prejubilado del PSOE. Una persona simpatiquísima, con un grandísimo don de gentes, que sin haber tenido de joven una gran formación, era un católico maduro. Un encuentro con el Señor, preñado de sufrimiento y de amor, le había predispuesto para avanzar con decisión por el camino de la fe, y había ido adquiriendo sabiduría y virtud. Su carácter sumamente afable, le había impulsado, desde hacía años, a llamar 'cariño' a todo el mundo -hombres, mujeres, niños... de cualquier edad y condición. Y por esa singularidad, todos le conocíamos como 'el Cariño'.

Un día -cosa muy rara en él- le noté algo bajo; le tanteé y me confesó que notaba cosas en la cabeza, sensaciones, que no eran normales; para mí fue un regalo del Señor darme cuenta de que algo le pasaba y poder consolarle. Porque además, curiosamente, acababa de conocer a mi esposa, y empezaba a faltar bastante a las reuniones de grupo; tanto es así, que en las semanas que siguieron a este episodio, lo ingresaron, y recibió en el hospital la visita de toda la comunidad... menos la mía. No me dio tiempo a visitarle porque en un mes se lo llevó el Señor, con 58 años. 
Yo estaba muy apenado por esa circunstancia, porque le quería mucho. Parece ser que en su agonía había dicho que cuando se muriera iba a enviar desde el cielo una lluvia de rosas sobre nosotros, sus hermanos y amigos; esto lo dijo porque también era muy devoto de Santa Teresita del Niño Jesús. Resultó que el numeroso grupo de chicas jóvenes que había en nuestro pequeña comunidad, cuando volvimos a las reuniones habituales, comentaron que mientras iban en coche hacia el cementerio había caído al paso del coche una copiosa lluvia de pétalos, de esas que suceden a veces en ciertos días de primavera. Tampoco había podido asistir yo al entierro... pero mi buen Dios, que nos quiere tanto, había propiciado que también a mí me sucediera algo muy hermoso en la despedida de Alberto 'Cariño'. 
Se le suele reprochar a los neocatecumenales cierta 'endogamia', el caso es que, al empezar a salir con mi esposa, como ella 'no era del Camino', ni vivía en Asturias, sentí un poquito esa sensación viscosa de 'la pelusa'; eso, por una parte, y el hecho de estar faltando a menudo, por otra, hicieron que me encontrara un poco desplazado en el funeral de nuestro querido hermano. Pero, más que eso, me producía aislamiento y tristeza el no haber estado cerca de él en sus últimos días de vida terrena. Hubo mucha gente despidiendo a Alberto, en un emotivo funeral. Cuando terminó la misa, se agolpaba la gente a la salida porque llovía a cántaros, y se produjo cierta confusión. En ese momento, desde el cielo me mandó Cariño mismo su consuelo; porque resultó que, con el coche fúnebre rodeado de gente, cuando estaba a punto de irse, alcancé a oír que faltaba una corona de flores; y yo, sin decir nada a nadie, entré en la Iglesia, y a los tres o cuatro que quedaban por allí les comenté el hecho; y para mi asombro, uno de ellos dijo con mucha seguridad: "Sí, está ahí en ese cuarto". Era la Corona de flores que la viuda le había regalado a su esposo en la despedida, y con ella en la mano, y lágrimas en los ojos, me fui a llevarla a la funeraria, que ya emprendía la marcha.
Ayer tuve yo un día triste también, y me vino este militante del PSOE a la mente y al corazón. Muchas veces he pensado que Dios había tenido mucha misericordia de nuestro hermano, llevándoselo antes de tener que ver los destrozos de su partido, secuestrado por Sánchez. Alberto nos contaba cómo en las reuniones del partido, él, valientemente, les decía: "Yo soy del PSOE, pero al albortu digo non". 
Por la mañana me acordé de él, y después de todo un día de fuertes lluvias, volvió a la noche mi amigo a presentarse a mí. Fue en un momento de paz, estando rezando, y entendí que me pedía que hiciera yo también llover rosas sobre vosotros... las 153 que me han tocado en suerte. No me cabe duda de que fue una sugerencia de Alberto, siempre atento y preocupado por los suyos, y que ahora, más que nunca, sabe lo que nos puede ayudar. 
Y nada más, deciros solamente que durante estas vacaciones procuraré ir colgando todos los días unas páginas del primer volumen de mi trilogía autobiográfica. Como contiene 49 rosas voy a colgar dos al día -como una telenovela- con lo que habré terminado para la víspera del comienzo de las clases. Espero que os sea provechoso.





153 rosas

de Arlespín Hammet
 
La brisa del
   Alcázar    


                                                                    Para mi querida esposa Al Pilar 
 
 
PRÓLOGO
Este libro es un pan, una actuación de payasos, una tanda de ejercicios ignacianos.

    (Rosa Primera) 
Estas 153 rosas son para una chica linda que no sabe que lo es; son también para una madre que lo acaba de ser o de no ser; y si por mí fuera, se las llevaría también a un enfermo al hospital, especialmente al que llegó en la camilla de la tristeza y de paso al que entró acompañado y salió solo y al que entró solo y así saldrá; pero llevo muy en el corazón a aquel padre de familia al que quitándosela, le mataron el alma y está ahora en la cárcel, en el arroyo o en el camposanto y a esos lugares quisiera enviárselas; y a todas las madres, pues todos tuvimos una madre y la tendremos para siempre. Por último y muy especialmente, quiero hacerle llegar este ramo a los que con corazón de madre y de padre a la vez han renunciado a serlo para ser las dos cosas a un tiempo y sufrir por ello doblemente al estar muchas veces olvidados de todos. Y ojalá a todas estas personas les sirvan estas flores para recordar que, si amaron tanto, fue por amar al Amor y que aunque todos se olviden de su ofrenda, Él no se olvida. 
 
Alguien dijo que toda vida humana tiene interés si se sabe contar pero creo que aprovecha más decir que toda vida humana tiene interés si se cuenta con Dios. Y ahí está el porqué de estas memorias.
Soy consciente de que hoy en día lo religioso, lo de re-ligarse con Dios, aunque se plantee jovialmente como en este libro, suena a rancio, a cosa muy manida y pesada. La gente está harta de filosofías y asume como único principio que no hay más leña que la que arde.
Pero aunque nos parezca chocante, la increencia no es propiamente moderna y sin ir más lejos, esto que ocurre ahora ya ocurría en tiempos de Cristo.
Él vino al mundo en medio de la Pax Romana, en Judea, un lugar sometido al poderoso Imperio Romano. César Augusto, con ínfulas de salvador, había propiciado una duradera pacificación en su dilatado dominio[1]. Pero aquella  paz,  cantada  en  los  himnos,  como  la  que  ahora disfrutamos o hemos disfrutado, en las democracias modernas, no llenaba los corazones y muchas veces ni tan siquiera los estómagos, por lo que no era ni la verdadera ni la definitiva.
Probablemente el César no se enteraba mucho de esto, de la insatisfacción profunda de los súbditos. Por la cuenta que les traía a los pilatos de turno, ya se encargaban ellos de sofocar y ocultar las continuas rebeliones que surgían por doquier en los territorios sometidos. No faltarían tampoco en aquel tiempo adoctrinadores bien pagados que se encargasen de convencer a la gente de lo bien que estaban. Funcionarios que, como ahora, estarían vinculados al manejo del pan, del circo y de los centuriones. Y que tendrían por consigna, también como ahora, que si empezaba a faltar el pan, diesen más circo, y si faltaba éste, más cinturón. Hasta que si no hubiera otro remedio, saliera el sol por Antequera…
A aquella paz de feria, pues, vino Jesús con la suya: Nueva, distinta a todo y controvertida por demás. Pero, precisamente por eso, Él la introdujo de modo que fuera creíble y bien recibida. No la impuso sin más, sino que la ofreció dando de comer, curando, abriendo prisiones y restableciendo esperanzas. Y, por último, resucitando de entre los muertos.
Hoy, vuelve a ser necesaria una campaña amable‘ como aquella. Hablar de  la existencia de 'la otra vida‘, sin más, no les dice nada a los que están por lazos poderosos atados a ésta. Jesús pasó haciendo el bien, realizando milagros y prodigios y por eso creció tan rápidamente su fama. 
Pero a propósito de campañas y enlazando con lo de ‘saber contar’; hay distintas formas de presentar un mensaje  y no  todas  persiguen  los  mismos  fines. 
Básicamente, una es ver y contar la parte buena que hay en todo, lo cual produce excelentes frutos y la otra es una ‘interpretación al alza’ de la vida humana que es más bien una ilusión y es la que utilizan, por ejemplo, los medios de comunicación.
Ellos parten del sentir mayoritario de que la realidad es penosa y la recrean para hacerla más digerible‘. De muy distintas formas filtran el acontecer diario y obtienen un producto que nos sirven ‘gratis’ en casa. Generalmente, como su visión de las cosas suele ser mucho más completa que la nuestra, pocos se resisten a hacerla propia.
Pero evidentemente, nada es gratis. A cambio de ahorrarnos la enojosa tarea de pensar qué hacemos con los tropiezos de la vida,  nos  crean necesidades para que gastemos más y así la rueda del consumo gire. Eligen personajes reales que retocan quitándoles ‘lo feo’ y cuando estamos acurrucados  en  el  sofá  nos  los  ponen  al  lado  para  que  nos hagan confidencias. Embelesados por tan distinguidas visitas, nuestra humilde existencia se siente enaltecida y nos surge el deseo de parecernos a ellos, lo cual siempre es posible porque es cuestión de dinero.
Lograr  ese  cierto  parecido  nos  satisface  por  un tiempo pero nos obliga a estar siempre a expensas de la moda, con la lengua fuera.
Todos lo sabemos pero, resignados, decimos cansinamente: “es lo que hay”.
Ese cuento sin fin que saben contar tan bien los medios de comunicación es un sucedáneo de dignidad (“la metadiña”) que se toma a diario para ir tirando. 
¿Pero por qué es tan difícil que pueda ser atractiva la vida de un semejante normal y corriente?
Tengo la certeza de que eso sucede porque a la mayor parte de las vidas les falta luz. Aunque todos la buscamos, por alguna razón no damos con ella.
La buscamos a menudo en los modelos de la tele y descubrimos que no son veraces. A veces la buscamos en otros modelos que nos llegan por otros caminos, incluso espirituales, pero a laq postre terminan también por defraudarnos. Si encontráramos uno que nos abriera ‘sin trampas‘ su corazón y hallásemos en él verdadera alegría de vivir, estaríamos salvados.
Pues ¿saben?, ese modelo existe: yo me he encontrado con Él y les puedo asegurar que es fiable. A partir de aquel gozoso encuentro mi vida adquirió el brillo y el relieve que no tenía, la dirección correcta y el impulso necesario para llegar algún día a su meta: la felicidad total.
Sí, Dios aportó a mi vida la sal y la luz que la hicieron valiosa y, por qué no, admirable. Y tan solo por creer en Él.
Además, este hallazgo crucial, que es una experiencia común a muchas personas a lo largo de los siglos, le viene mejor a nuestra inteligencia que pensar que la diosa fortuna puede habernos excluido de la posibilidad de ser felices.
A este anuncio se podría replicar: “Sí, pero si hay Dios ¿por qué unos viven en ‘la gloria’ y otros en ‘el infierno’?” Y es una pregunta buena porque nace de esa inquietud innata que nos mueve a buscar respuestas definitivas. Y también es sabia, porque si no somos producto de la casualidad sino de un designio benéfico, es lógico pensar que podamos encontrar las respuestas que buscamos. Así, buscando, fue como me encontré yo con la Verdad y como caí en la cuenta de que no hace falta inventar nada y que todo es cuestión de aprender a vivir cristianamente.
En  resumen  y  enlazando  con  la  frasecita  del principio, ‘contar historias es entretenido, pero contar con Dios añade realismo  y esperanza a tu vida  y la hacen valiosa y ejemplar. 
Este libro es la primera parte de mi biografía. No tuve una vida de relumbrón pero precisamente por la presencia de Dios creo que tiene interés lo que cuento y que hubiera sido una pena habérmelo callado. Ya me lo dirán ustedes.
Los hechos que comparto suponen un testimonio de que el encuentro con Dios optimiza tu vida. Su lectura puede ayudar a otras personas y a la sociedad en general a reconocer la senda buena. 
Jesús, justo antes de que comenzara su pasión, había entrado en Jerusalén con honores de rey. La gente, apretujada en los caminos, tiraba a su paso los mantos al suelo y lo alfombraban con ramas de olivo y de palmera. Por sus obras buenas había ido ganando prestigio y últimamente su fama se había disparado por el milagro de dar de comer a cinco mil familias con cinco panes y dos peces.
Por eso el pueblo quería sentarlo en el trono; no por ser el Hijo de Dios que traía la paz y el amor al mundo, sino por ser el líder que iba a acabar con la opresión imperialista.
Se comprende así que tres días más tarde, habiendo aclarado Jesús a gritos en las fiestas de Jerusalén cuál era su misión y Quién le había enviado y para qué, los ánimos decayeran y se enseñoreara de aquellas almas inquietas el espíritu de la violencia, el espíritu del odio. Y estremece considerar hasta qué punto.
Pero asombra aún más pensar que también esa muerte horrible que le dimos entraba en sus planes, que Dios deseaba apurar nuestro cáliz hasta el fondo.
Justamente por eso algunos creyeron en Él. Y por su fe se organizó ‘la que todos ya sabemos’. La que explica entre otras cosas que yo pueda contar esto y que ustedes puedan estar, más o menos tranquilamente, sentados en sus casas leyéndolo.
Este libro va a comenzar justamente ahí: Donde algunos empiezan a creer en la veracidad del modelo que se les había presentado. Espero que les guste. 

INTRODUCCIÓN
Dios Omnipotente, que me creó de la nada, se ha postrado a mis pies… Por cierto, ¿cómo definen los médicos la locura? 

«Después de esto, se manifestó Jesús otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Se manifestó de esta manera. Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los de Zebedeo y otros dos de sus discípulos. Simón Pedro les dice: “Voy a pescar.” Le contestan ellos: “También nosotros vamos contigo.” Fueron y subieron a la barca, pero aquella noche no pescaron nada. 

Cuando ya amaneció, estaba Jesús en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Díceles Jesús: “Muchachos, ¿no tenéis pescado?” Le contestaron: “No.” Él les dijo: “Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.” La echaron, pues, y ya no podían arrastrarla por la abundancia de peces. El discípulo a quien Jesús amaba dice entonces a Pedro: “Es el Señor.” Cuando Simón Pedro oyó “es el Señor”, se puso el vestido – pues estaba desnudo – y se lanzó al mar. Los demás discípulos vinieron en la barca, arrastrando la red con los peces; pues no distaban mucho de tierra, sino unos doscientos codos.

Nada más saltar a tierra, ven preparadas unas brasas y un pez sobre ellas y pan. Díceles Jesús: “Traed algunos de los peces que acabáis de pescar.” Subió Simón Pedro y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: Ciento cincuenta y tres. Y aun siendo tantos, no se rompió la red. Jesús les dice: “Venid y comed.” Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: “¿Quién eres tú?”, sabiendo que era el Señor. Viene entonces Jesús, toma el pan y se lo da; y de igual modo el pez. Esta fue ya la tercera vez que Jesús se manifestó a los discípulos después de resucitar de entre los muertos.» (Jn 21)

                                                                        (Rosa 2)

Un amigo mío, sacerdote, que en la lotería de la vida cargó con una importante obesidad, decía que él estaba de acuerdo con todo lo que decía la Biblia excepto con lo de que resucitaremos con el mismo cuerpo. Como él, yo también le pongo un pero a la Biblia.
Creo que en el pasaje con el que empiezo este libro, el autor ha tenido que equivocarse al situar esa pesca milagrosa en el Lago de Tiberíades. Estoy de acuerdo en que los peces eran de agua dulce. Pero no en que fueran del Mar de Galilea, no; esa pesca tuvo que ser en España, a orillas del Ebro. Me explico: San Juan dice que la red se llenó con 153 peces grandes y no se rompió; y ahí está la clave para deducir que eso sólo pudo suceder en Aragón. Si el único modo de meter a diez mañicos en un seiscientos, como todo el mundo sabe‘, es diciéndoles que no caben, la única explicación para lo de los 153 peces es que fueran también vecinos de La Pilarica.
Bromas aparte, esa red que puede con todo es la Iglesia, nacida del sacrificio eterno de Cristo. Y es Pedro, el primer Papa, el que la saca a tierra. La Iglesia es el cuerpo de Cristo. Él es la cabeza y ha entrado el primero en la vida eterna, llevándonos consigo.
Una red con 153 peces es el cuerpo místico de Cristo, que es a un tiempo humano y divino. La Iglesia es una institución que no se agota en lo humano, es de orden sobrenatural. Y la prueba de ello es que no existe otra que haya durado ya más de dos mil años. No se puede pertenecer plenamente a la Iglesia poniendo sólo las facultades naturales. La forma de estar en ella, gozando de todos sus beneficios, es a través de un compromiso personal total: Cada uno de nosotros se compromete con todo su ser a seguir a Jesús. Nuestro primer bautismo ha de renovarse en el día a día para seguir siendo Iglesia. De aquí se desprende que no está en la Iglesia el que no mantiene una relación personal con Jesús; aunque la tenga muy buena con el obispo y discúlpenme el atrevimiento. El fundamento de esta institución es la revelación sobrenatural que en primer lugar le llegó a Pedro directamente del Padre, y que después nos ha venido a todos los demás por la fe en Cristo, su Hijo, nacido según la carne para liberarnos del pecado por su sacrificio eterno. Y creemos en una cruz cuyo mensaje es sufrir por amor para tener vida en nosotros. Es el amor el que nos salva, sin él, de nada sirve el sufrimiento.
A propósito de estas ideas preliminares, conviene decir claramente que en la búsqueda de la excelencia humana, rechazar el sufrimiento a toda costa equivale a negar que el hombre pueda ser feliz aquí en la tierra, que la vida esté bien hecha, en definitiva: Que Dios sea justo.
Y frente a esa tentación, tan frecuente que ya casi nadie la reconoce como tal, es necesario anunciar con la misma claridad el misterio de la cruz, el que San Pío de Pietralcina resumía diciendo que a Jesús nunca se le encuentra sin cruz, pero que tampoco hay cruz donde no esté Jesús. Y decir Jesús es decir felicidad con mayúsculas.
 
San Juan narra al final de su evangelio tres apariciones del Resucitado que son la guinda para que creamos que Jesús es el Hijo de Dios y para que creyendo tengamos vida en su nombre.
La tercera aparición es la que estamos comentando. Al comenzar su relato, San Juan escribe: “Se manifestó de esta manera”. Si pone tanto énfasis es para que advirtamos la importancia de su mensaje: “Eh, mucha atención: ¡Jesús está  vivo!; se nos apareció a nosotros y también se os puede aparecer a vosotros; y para que podáis reconocerle cuando eso suceda, fijaos bien en cómo fue lo nuestro”. Merece la pena por tanto, seguir su consejo y fijarse bien.


Comentarios