LA ROSA MÍSTICA

 

Somos pobres con heridas abiertas; y nos
 espera un Padre con los brazos abiertos.


5 (quinta rosa)
La red del milagro se llenó con ciento cincuenta y tres peces grandes sin romperse. Esa abundancia es una señal de la vida nueva que Dios quiere darnos ya en esta tierra.
Estuve mucho tiempo perdido y solo, pero Dios vino a buscarme y me trajo de nuevo con mi madre la Iglesia. Mi jardín estaba hecho una auténtica selva. Tanto, que ya no llegaba la luz al suelo. Crecían malas hierbas por doquier y nadie lo visitaba. Bueno, casi nadie, por la misericordia de Dios.
Entonces, un buen día, se me presentó el Señor, y me animé a creer. ¡Oh Señor!, ¡qué maravilla!, ¡con qué amor me recibiste y con qué amor fuiste sacando una a una todas mis espinas y poniéndotelas tú! Y aún así, con qué ingratitud te seguía pagando.
Pero tus cuidados de hortelano dieron finalmente su fruto, ¡gracias a Dios! Día a día aquel penoso jardín se iba transformando. Le llegó la primavera y aparecieron los primeros brotes y las primeras flores. ¡Qué indescriptible sensación embargaba mi alma al contemplar los frutos de tu trabajo! ¡Cómo ganaste mi alma para tu viña, Señor! ¡Sarmiento tuyo quiero ser; unido a ti, lo demás no me importa!
Pero sé muy bien que eso no te basta, que eres pastor además de hortelano y que a tu redil tienes que llevar tus ovejas y las que todavía no son tuyas. Dime pues Señor, ¿qué mandas?
Vaya pregunta cuando has puesto entre mis manos lo mejor de tu hacienda; pues qué vas a querer… ¡que la atienda!
«Ciento cincuenta y tres rosas has hecho florecer en mi jardín; todo lo tuyo es ahora mío. Pero… Señor ¿podré…? “Shhh…-me haces callar- ¡claro que no podrás!. Lo sé Señor, yo solo no podré…a menudo se me olvida que Tú con nosotros estás.» 
 
Hace unos días visité el Museo del Greco en Toledo. Vi un cuadro del S.XVII, de no sé qué autor, que representaba el sentido del gusto por medio de un hombre con un vaso de vino en la mano. La obra se incluía entre las de su época que exaltaban los cinco sentidos en una visión de los mismos que empezaba a ser “moderna. En la leyenda al pie del cuadro se decía, entre otras cosas, que los católicos consideran pecado la contemplación de la belleza de la creación. ¡Qué comentario tan poco afortunado! 
La rosa es uno de los iconos más populares para representar lo bello, lo puro, la perfección de la naturaleza. Este uso se extendió luego para expresar también la belleza sobrenatural, y así, añadiéndole el calificativo de mística, pasó a las letanías de alabanza a La Virgen.
De la rosa es proverbial la combinación de su exquisita belleza en formas, textura, fragancia y color, con el rigor de unas afiladísimas espinas en el tallo.
La contemplación de esta belleza exige, pues, respetar los límites que marca la propia naturaleza, de modo que, o somos delicados al tratarla o nos puede herir.
Algo parecido ocurre con el buen vino. Su disfrute causa un éxtasis sensible al paladar, pero, al mismo tiempo, impone también una observancia y un respeto a sus cualidades naturales, de tal modo y manera que si se abusa de su “contemplación” se origina, como sucede con la rosa, un daño no pequeño al imprudente.
Hay una armonía en la naturaleza. Newton razonó que “Alguien “tiraba” del fruto" y Einstein “agradeció” conocer la Relatividad. Negar el Orden es esclavizarse; tenerlo en cuenta, libera. Se le llama miedo a la prudencia y se desdeñan las virtudes. Avanza así el oscurantismo y medran sus valedores vendiendo realidad virtual.
Jesús, al despedirse de sus discípulos en la noche en que lo iban a prender, les dijo que después de aquella cena (aludiendo a la pasión) ya no probaría más el vino viejo[1] hasta brindar en el cielo y para siempre con el vino nuevo. Les anticipaba así la buena noticia del Evangelio: Jesús, con su sacrificio, rescata a la humanidad caída del dominio de la muerte; la libra de todo veneno mortal.
En las Bodas de Caná tuvo lugar el primer milagro de Jesús, justamente convirtiendo el agua en vino nuevo. La boda había empezado como todas (a pesar de la opinión del sumiller), sirviendo el vino viejo en primer lugar; pero por tratarse de unos novios amigos de Jesús, y estar Él y María presentes, al final no se sirvió, como es costumbre, un vino joven cualquiera, sino el vino nuevo, el bajado del cielo, que alegra sin levantar dolor de cabeza, y que no se acaba nunca.
Este es el vino que se puede “contemplar” eternamente, porque ha perdido su aguijón. Alegra y deleita el alma, pero no al modo de los placeres sensibles y del bienestar material, que a cambio de sus encantos nos esclavizan.
Penas y espinas, de vinos viejos y rosas finas, han quedado trenzadas para siempre en la corona del Salvador, para que nuestra alegría sea completa. 
 
Si ‘una rosa es una rosa’,
bella  es  y peligrosa.
Si en ciento cincuenta y tres rosas
la belleza se desborda,
no  nos  podrán  hacer  daño
si nos las da “el hortelano[2].
 
Ciento cincuenta y tres peces cambiaron el curso de la historia; la de Pedro en primer lugar y después la nuestra. Aquella red contenía todo el don de Dios. Desde entonces han ido saliendo de ella tesoros de incalculable valor. Para empezar, la Iglesia misma, y con ella la verdad que puede salvar al mundo, a saber:
Que viendo Dios que el temor no nos dejaba ser felices envió a su Hijo, hecho hombre en María, para que, muriendo, nos rescatara del dominio de la muerte *[ver abajo]. Y este misterio tan grande fue profetizado siglos antes de que aconteciera:
 
Mientras un silencio apacible lo envolvía todo, y en el preciso instante de la medianoche, tu omnipotente palabra, oh Señor, se lanzó desde los tronos reales del cielo (Sab, 18)
 
Dios, de la nada, nos había creado con tan grande amor y respeto, que aún después de haberle rechazado y estando caídos en desgracia, nos pidió permiso para levantarnos. El  de María fue la llave para nuestro nuevo nacimiento[3]. Ella fue la primera que vivió con radicalidad la Buena Noticia del Evangelio.
Al ángel que le anunció la encarnación en su seno del hijo de Dios, que bajaría del cielo para salvar al mundo, le dijo: “Fíat” (Hágase) y al pie de la Cruz volvió a decirlo: Hágase.
Por eso María es la Madre de la Iglesia, la madre de la humanidad renovada. Ella fue la primera hecha inmortal: La primera a la que el veneno del odio no le afectó.
Muriendo en la cruz, Cristo derrotó a nuestro acusador. Por la fe en ese misterio nos hacemos hombres nuevos’, hijos de Dios. Nuestro “amén” en la Comunión es como el  de María al pie de la cruz: Aceptamos que se haga la voluntad de Dios en nosotros para alcanzar la vida nueva, eterna y dichosa. 
Hoy la naturaleza sigue gimiendo, maltratada por el pecado del hombre viejo, pero con la esperanza de verse liberada un día, cuando se manifiesten plenamente los hijos de Dios. María dio comienzo a esa esperanza. Su vida resplandece como un lucero que guía nuestro caminar. Por su belleza sin mancha merece ser coronada como Reina de la Nueva Creación, y ensalzada con el título de “Rosa Mística.
 
Pez, vino y pan
    Pez: Representa la vida salvada del mar (rescatada de la muerte). Y Jesucristo fue el primer rescatado; el primero en resucitar.
Vino nuevo: De un modo totalmente real, la sangre derramada por Jesucristo en su Pasión nos libra de la tristeza que causa el pecado. El que lo bebe se procura a sí mismo una alegría persistente y verdadera -no la del cava. Mientras que el vino terreno causa más penas de las que quita, 'este otro vino te deja nuevo siempre'. 
Pan: A semejanza del grano de trigo que cae en tierra, se pudre, desaparece y hace germinar muchos otros granos, el cuerpo de Jesucristo, muerto y sepultado, se convierte -en la Eucaristía- en alimento de vida abundante.
 Estas son prendas de Vida Nueva que se nos regalan en la Misa.
 
Las rosas
María es la primicia de la Nueva Vida. Es el primer brote de la Naturaleza renovada, libre de toda imperfección. Ella es la rosa mística.
De esa Rosa Mística han nacido estas 153 rosas, las cuales, por llevar algo de su perfume, podrán dar algún consuelo y alegría a las almas sencillas. 
Por cierto, si en vez del vino nuevo que tomo en la mesa del Altar, hubiera intentado juntar este ramo de rosas con un vino aragonés, un buen Cariñena, por ejemplo, hubiera acabado beodo, arruinado y destrozado por las espinas.
 
Querido lector, en “tus amaneceres sin pesca”, el Señor te espera en la orilla con el des-ayuno preparado (para quitar tu ayuno de verdadera alegría). Él espera que aceptes su invitación para poder llevarte a mares con pesca abundante. ¿Qué dices?… ¿Aceptas?... ¡Pues suelta amarras! ¡Y feliz crucero!

(sexta rosa)
 
El tesoro escondido
 
La vida del hombre en la tierra, a pesar de su diversidad, tiene unos rasgos propios que, salvando las situaciones extremas, nos asemejan a todos. He compuesto un poema que recoge el itinerario de mi vida y que es en cierto modo ese patrón común del que hablo:
 
Mi niñez,
En verdad,
Un juguete a estrenar.
Mis quince años,
En esencia,
Perder la inocencia.
Mi juventud,
Esclavo del miedo,
Perder el sendero.
La madurez,
Si todo va bien,
Ser niño otra vez.
 
Las dos primeras estrofas del poema están bastante claras, pero tal vez el resto necesite una explicación. ¿Qué es eso de que nos esclaviza el miedo?, o ¿cómo se puede ser niño otra vez?
Aunque la respuesta a estas preguntas es inabarcable, porque encierra el misterio de la vida, eludirla es renunciar al conocimiento. Lo que recogen las páginas de este libro es lo que a mí me ha sido dado a entender sobre estas cuestiones fundamentales, que nos refieren al sentido último de la existencia.
 
Doce años atrás puse sobre el papel el siguiente texto: «Aunque nadie me obliga, me pongo a escribir sin tener ni idea de lo que voy a contar… Pero ¡qué majadería! ¿Habrase visto, semejante despropósito? Y, sin embargo ¡ay, cómo me gustaría explicaros que en absoluto lo es!
Acuden para ayudarme a dar esa explicación la multitud de cristianos que a lo largo de la historia han sido tildados de locos por sus contemporáneos, pero que a la vuelta de los siglos han resultado ser los sólidos cimientos de nuestra cultura. Su locura no era como la de los demás hombres, ellos estaban “locos por Cristo. Pero, entonces ¿qué clase de líder es ése, capaz de convertir lo necio en sabio?
-“Venid y lo veréis”, fue la respuesta que Él mismo les dio a unos que también estaban intrigados. En un día memorable, yo acepté esa invitación y pasé de la oscuridad a la luz, de la ignorancia supina al más sublime conocimiento, en suma, de la muerte a la Vida. 
No voy a entrar en detalles, aunque si pudiera exponerlos con “gracia”, veríais hasta qué punto ha sido Dios conmigo –como lo es con todos— un consumado orfebre que trabaja con primor.
Le oí contar a mi madre cómo yo, a la edad de seis años, llegué un día tarde a casa y para su asombro le expliqué que había estado hablando con Dios. Y sé que decía la verdad porque aún conservo en el recuerdo aquel dulce momento: Era una tarde soleada y estaba yo en la sacristía de la antigua iglesia de mi pueblo, diciéndole cosas a Dios con toda naturalidad y contento. Sin duda fue aquel uno de mis primeros diálogos de tú a tú con Jesús, hijo de Dios vivo, que habla y escucha. Pero como la vida te hace avanzar dándote empellones y sin recordarte que Él camina a tu lado, no fue hasta mucho más tarde cuando en circunstancias críticas el Señor mismo se procuró otro encuentro personal conmigo. Como ya le había dado la espalda en muchas ocasiones, esta vez me había dejado llegar hasta el borde mismo del abismo para estar seguro de que allí le iba a escuchar. Y así fue.
Mi vida, olvidado de Dios, se había convertido en una maraña tan intrincada que estaba a punto de asfixiarme. A punto de ser tragado por la angustia, el Señor, delicadamente, me puso en la mano un cabo al que agarrarme. Y en lo más hondo de mí, en cuanto acepté su ofrecimiento, sentí renacer mi esperanza. Desde entonces mi vida ha sido tirar de aquel hilo, con la certeza gozosa de que Jesús estaba al otro extremo. 
En aquel primer encuentro con la Verdad empecé a liberarme de los lazos insidiosos de las tinieblas. Desde entonces vivo mi vida como un juego en el que yo siempre venzo al miedo y en el que puedo compartir generosamente con todos mi alegría. Redescubro, asombrado, cada día, los inmensos regalos que Dios me hizo al nacer, y que mi tristeza había ido enterrando; y como cuando era niño, me despierto cada mañana con la ilusión de conocer las sorpresas que me deparará el nuevo día, que no son otra cosa que las mil maneras que utilizará el Señor para decirme que me quiere.
La vida para mí ya no es tanto una pesada carga como una carga ligera, que tiene mucho más de aventura apasionante que de jugarreta del destino. Es una aventura que empezó cuando me animé a “volver a ser niño" y que terminará cuando, convertido en un niño de verdad, entraré corriendo –con traje y zapatos nuevos— a dejarme abrazar por mi Padre.» 
En este breve relato autobiográfico recogía yo una experiencia que es común a todo cristiano: La vida como un camino que, atravesando el valle del dolor con Cristo, conduce a la vida en plenitud. Los innumerables peligros que nos salen al paso no pueden con nosotros, e incluso los tropiezos, gracias a Él, son ocasiones de avanzar.
Cuando yo redacté aquel texto estaba perfilando sin saberlo el esbozo de mi propio testimonio de fe. Escribí como a lo tonto y me abstuve de entrar en el meollo, pero aunque hubiera querido hacerlo no habría podido porque todavía no había llegado mi hora. Tendrían que venirme aún más vendavales y estíos, lluvias a tiempo y a destiempo, que me prepararan para dar un fruto maduro. Yo no lo sabía, pero Jesús sí. En la paz de Dios, asistido por su gracia, he ido avanzando en un lento proceso de transformación interior, y ahora, por fin, me ha pedido que lo cuente. Exulto serenamente de gozo porque compruebo, una vez más, lo fiel que es Dios en sus promesas.
 

[1] El sacrificio redentor de Cristo supondría la victoria definitiva sobre el mal, sobre lo que hace daño. Si creemos esto estamos salvados… “y podremos pisotear serpientes y dragones” y “beber veneno sin que nos haga daño”. Se dice de San Juan, y así lo pinta El Greco, que bebió veneno y no se murió.
 
[2] María Magdalena, al ver al resucitado fuera del sepulcro, pensó que era el hortelano.

[3] Por eso se la llama la Nueva Eva.

[Nota sobre el miedo a la muerte: Se puede justificar el pecado propio diciendo que la pobreza, por ejemplo, te impulsó a robar; o quien dice la pobreza, la mala educación recibida, u otras cosas. En esos casos se presupone que el pecado tiene su origen en un estado de carencia, la cual nos impide ser libres para elegir hacer el bien; pero también se está presuponiendo que pidiéndole a Dios humildemente que nos socorra, no se adelanta nada. En ese estado de pensamiento, muy extendido, impera sobre tu conducta un principio de desesperación -no esperas remedio para tus males, y te lanzas a 'solucionarlos' por ti mismo. Dado que esas soluciones 'tuyas', surgen de no contar con Dios, forman una mentalidad que en realidad es una red, en la que el miedo te mantiene atrapado. Si por la fe te atreves a no pecar y a esperar en Dios, incluso aunque ello te cueste la vida (¡tranquilos!, que esto es para nota, pero en realidad hay grados, y los mártires también tuvieron que hacer su camino de perfección), si te decides a creer, decíamos, sucede que tu vida cambia como de ser una vida en blanco y negro a ser en color; como del cautiverio a la libertad. Y esta maravilla la hizo posible Jesucristo, dejándose matar por amor y siendo resucitado; de modo que el que cree en Él, basta con que le llame si se ve en un aprieto, y Jesucristo, 'que por ser Dios tiene alas', se presenta al instante y te salva. "- ¿Qué me dices"; -Tal cual te lo cuento, bro'.]

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