LA MILAGROSA FÓRMULA MAGISTRAL DEL DOCTOR CELESTE
![]() |
La felicidad que buscamos está ya en esta vida, entre nosotros. |
17
El año pasado, siendo profesor universitario, me publicaron un libro sobre el éxito académico. Fue un premio a una esforzada carrera profesional plagada de dificultades.
Muy poco antes había recibido otro regalo, mucho más importante, por el simple hecho de haber participado en el concurso de la vida: Ese grandísimo tesoro, inmerecido, lo tengo delante, jugando con un barco hecho a base de cojines por ella misma, y sus risas y sus gracias son para mi mujer y para mí nuestro mayor deleite.
Trabajo y amor son mis ocupaciones exclusivas y obtengo de ellas una gran felicidad. Con toda humildad he de decir que me siento totalmente realizado.
Y por eso mismo, por el enorme agradecimiento que de tanta felicidad me brota del corazón, quiero compartir con ustedes una gran noticia: Verdaderamente, la esquizofrenia, sí tiene cura, gracias a Dios.
No se asusten, por favor, porque lo que les acabo de decir es un motivo para alegrarse. Si yo no estuviera absolutamente seguro de lo que les estoy diciendo, no abriría la boca.
Me diagnosticaron con 27 años esa enfermedad y mi itinerario fue parecido al de muchos otros: Ingresos, tratamientos varios, recaídas, soluciones fallidas… Un calvario que duró 20 años pero que terminó, felizmente, el ocho de septiembre del dos mil nueve.
Va para seis años desde aquella fecha memorable. Ahora mi mayor deseo es poder ayudar a otros con mi experiencia, orientándoles tanto sobre los problemas de la vida en general como sobre los problemas de las enfermedades mentales en particular.
Y para ese propósito, modestia aparte, creo que mis condiciones son óptimas: Psicólogo y pedagogo de formación; profesor con treinta años de experiencia en todos los niveles, desde la etapa de Infantil a la Educación Superior y experto (a la fuerza) en Pedagogía Terapéutica.
A mi deseo de proporcionar alivio y esperanza al mundo responde 153 rosas. Además de abordar cuestiones típicas como por qué los enfermos de esquizofrenia ‘se montan esas películas’ o si la causa de esta enfermedad es creerse más listo que los demás o dedicarse mucho al estudio, o si es verdad eso de que hay “renglones torcidos de Dios”, es mi deseo despejar horizontes y derribar tabúes sobre las enfermedades mentales. Mi consejo al lector es que deje en la percha la chaqueta de los prejuicios y se ponga la bata y las zapatillas de lo entrañable y prometedor.
Pero antes de que se metan en harina les quiero hacer una aclaración:
Estuve mucho tiempo viéndome a mí mismo como un “apestado”en versión moderna y asumía con resignación tener que esconder mi condición de enfermo mental para no
verme demasiado apartado de la sociedad. Pero con el paso de los años y sobre todo con el paso de Dios por mi vida, me he dado cuenta de que aquella indeseable condición mía no era en modo alguno un hecho excepcional, que por la lotería de la vida me había tocado a mí. Comprendí que la sustancia que contenía aquel amargo cáliz que me había tocado beber era la misma que todos los seres humanos están obligados a probar y a tragar en un momento u otro de sus vidas.
El aspecto de las copas es lo de menos, es diferente para cada persona, pero el brebaje es siempre el mismo: La miseria que supura de nuestra fragilidad, de nuestra condición de criaturas heridas por el pecado, perdidas y desamparadas. Miserias tales como el miedo, los complejos, la amenaza de la violencia, la violencia del engaño, la desesperanza, la locura, la tristeza, el horror del desamor y un rastro inacabable de trabas a la felicidad.
Al principio, la amargura que invadió mi vida casi acaba conmigo, pero luego tuve la suerte de que me hablaran de la existencia de un antídoto para mi veneno y todo cambió. El fármaco milagroso se llamaba Misericordia y tenía un doble principio activo: La Miserina; que contiene una muestra de todos los tipos de virus del mundo y de todos los tiempos; y el Cordis (del latín “cor cordis‟, corazón), que es el único anticuerpo universal de reconocida eficacia.
Asombrosamente, este prodigioso remedio que terminó curándome, vale para todos los males. El nombre del medicamento ya da a entender que su espectro de acción lo abarca todo: “Compasión con la miseria”, porque miseria son todas las enfermedades y todas las dolencias.
Sea cual sea el mal, este fármaco revolucionario siempre actúa de la misma manera y con idéntica eficacia: Aplicando un amor incondicional al tipo de calamidad concreta.
Al tomar Misericordia lo primero que uno nota es que hay Alguien que te ama tal como eres, a pesar de tu miseria. Acto seguido uno empieza a plantearse: “¿Cómo es posible que Alguien me ame así, tan de verdad que su sola presencia me alegre el corazón; y cómo puedo yo ser tan mezquino de no corresponderle?” Y poco a poco, aunque uno tuviese muy olvidado el oficio de amar, como a amar se
aprende amando, a poco que uno se tome su vida en serio y se vaya viendo rejuvenecido y se atreva a dar pasitos bienintencionados hacia una vida con más esperanza, estará sin darse cuenta empezado a curarse, porque amando renaces a la verdadera existencia, al gozo de vivir.
18
Si esta es la realidad ¿qué tenemos que hacer?; ¿dónde se compra ese medicamento?; ¿cuánto cuesta?; ¿cuánto tarda en hacer efecto?; ¿es compatible con terapias orientales?; ¿puedo tomarlo estando embarazada?; ¿sirve para mí que tengo ansiedad?; ¿y para mí que tengo la manía de ordenar todas las mañanas mi mesita de noche?...
Respuestas: No hay que hacer nada; está al alcance de todos y es gratis; su efecto es inmediato; no sólo es compatible con otras terapias, sino que cuando se empieza a tomar ya nos sobra todo lo demás; lo puede usar todo el mundo y a todos les funciona…
¿Qué más se puede decir de la Misericordia? Pues que es ¡lo que todos estábamos esperando! ¿Hay quien dé más?
Nuestro mundo está enfermo de tristeza. La herrumbre que fatiga el engranaje social y amenaza con paralizarlo es la in-creencia, que da luz verde al odio y con él a toda clase de lacras. El hombre y la mujer de nuestros días languidecen porque no se sienten amados y ya no creen en el amor. O casi.
Por eso, aún teniéndolo tan cerca, nos vemos incapaces de soñar con un porvenir dichoso.
Así las cosas, es urgente contestar a la siguiente pregunta: ¿Responde la vida a un proyecto inteligente y benéfico o no? ¿Es posible ser feliz, sí o no? “Ser o no ser. Esa es la cuestión.”
Si decimos que no, queda abolida la condición humana y se proclama La Ley de la Jungla. Pero si decimos que sí declaramos que estamos dispuestos a recuperar la tradición que hizo de nosotros un pueblo muy respetable por la hondura de su fe.
Para mí la cuestión está muy clara: Es la hora de creer; es la hora de Caleb.
Comentarios
Publicar un comentario