LA FE NOS CAPACITA PARA HACER MILAGROS
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Caleb exhortó al pueblo a no temer a un enemigo mucho más poderoso; lo hizo fiado en la promesa. |
Primera parte
LA MISIÓN DEL GERASENO
15
En el principio creó Dios el cielo y la tierra; y remató
su faena haciendo al ser humano para regir y disfrutar de todo lo que había creado;
pero nosotros, como hijos pródigos, echamos a perder el hermoso legado
recibido.
Ahora bien, ¡Qué feliz culpa!, cantamos en la Noche
Pascual, porque nuestra infame transgresión se saldó con un admirable
intercambio:
Si con amor infinito nos creó Dios, no existen palabras
para describir el misterio de la nueva y definitiva creación realizada por el
sacrificio de Cristo.
La obra de la Redención es la obra perfecta. Habiendo
temblado una vez los cimientos del orbe bajo el peso de las aguas por el pecado
original, Dios prometió que eso ya no volvería a suceder; y sofocado el incendio
de su ira con el Diluvio, hizo una alianza eterna con el hombre, prefigurada en
el arco de colores que se ve en el firmamento cuando comparecen el majestuoso
sol y el intempestivo aguacero.
Uno es la perfección: Dios. Su Hijo, Cristo, que vive entre
nosotros con el corazón traspasado por amor, es también esa perfección, pero
humana y divina al mismo tiempo. De su corazón brotan sangre y agua. La sangre de la nueva y definitiva alianza
y el agua que limpia todos los
pecados.
En esa fuente arcana del Corazón de Cristo se restañan
todas las heridas, todas las divisiones. Se unen de nuevo los tejidos
separados. Se pone fin al odio que divide y todo recobra la integridad perdida:
¡Ahora se estableció la SALUD…![1],
es la obra cumbre de la Redención.
Ese corazón es el lugar donde la diversidad encuentra su
sentido. Donde las diferencias no separan sino que enriquecen, donde quedan
abolidas las viejas categorías humanas y está naciendo siempre un hombre nuevo…
Cinco son las llagas del crucificado, ‗las
cicatrices que nos han curado‟, los lugares que hacen de
puertas a la
vida divina y nos devuelven la dignidad perdida y la
plenitud para la que habíamos sido creados.
Cinco son también los panes que con Jesús se multiplican,
cinco las vasijas que, de lunes a viernes, nos devuelven el agua de nuestros quehaceres
cotidianos convertida en vino alegre y cinco los puntos que sugirieron a
Leonardo da Vinci su canon de hombre perfecto, de belleza y salud.
En el Uno está la perfección y de su desbordamiento fuimos
creados. Al pecar perdimos esa condición dichosa pero la recuperamos por el
sacrificio eterno de Cristo. Él vive para siempre con cinco llagas abiertas y
por ellas, por Él, regresamos otra vez nosotros a la vida bienaventurada. Eso
es lo que quiere decir que los cinco panes, o las cinco vasijas, en Cristo,
alimentan y alegran para toda la semana…
¿Qué significa recuperar la felicidad entrando por las cinco
llagas gloriosas? Significa que recobramos la SALVD cuando aceptamos como Él
sufrir por amor; de ahí que, mientras estamos aún en este mundo, compartir la
vida divina, la de la Trinidad, conlleve cargar con la cruz de cada día. Esta
es la peculiar paradoja del cristianismo:
Si tres son las cruces del Calvario,
Tres son las personas divinas; si tres las negaciones de Pedro, tres las veces
que Jesús le confirma en el Primado; si tres apóstoles le vieron con aspecto de
Dios en el Tabor, esos mismos le verán después sudando sangre en Getsemaní; y
en fin, si tres fueron las tentaciones del desierto, tres son las virtudes
teologales.
De Dios venimos y a Dios vamos. El camino es la amistad
con Jesús, que significa Salvador.
Unidos a Él también en la cruz, nacemos a la vida nueva, ya aquí en la Tierra. Libertad sin límites y
sufrir por amor son la cara y la cruz de la misma moneda.
Sin libertad no hay amor verdadero y sin sufrimiento, sólo
cadenas.
GERASA
La hora de Caleb
16
Cuando el Señor estaba a punto de entregarle al pueblo
judío la tierra prometida, llegó Josué guiándolo por el desierto hasta cerca
del sitio en cuestión y mandó a varios exploradores que consiguieran
información de cómo eran aquel país y sus habitantes. De regreso, los enviados
intentaban disuadir al pueblo de entrar en combate, exagerando la fuerza del
enemigo, pero Caleb los exhortaba a tomar posesión de aquella tierra, poniendo
toda su confianza en la promesa hecha por el que los había sacado de Egipto.
En nuestros días estamos también muy cerca de habitar un
país próspero y pacífico pero lo que nos separa de ese sueño vuelve a parecernos
un obstáculo insalvable, una empresa de titanes. Los más fuertes de los
nuestros se echan atrás y cunde el desánimo.
Por eso hoy vuelve a ser tan necesario como entonces
confiar en la promesa. Hoy vuelve a ser la hora de Caleb.
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