EL INCONFUNDIBLE OLOR A ROSAS

 

Podéis creerme, hay otra vida al lado de ésta.

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Del oficio de guiar a otros como don y tarea que nos concierne a todos, pero muy especialmente a los que nos dedicamos a la enseñanza, habla muy bien el Papa Emérito Benedicto XVI y ya que la intención de este libro enlaza con sus palabras, me ha parecido oportuno transcribirlas: 
«Es gratificante darse cuenta de que, también en nuestros días, la visión cristiana, presentada en toda su amplitud e integridad, resulta sumamente atractiva para la imaginación, el idealismo y las aspiraciones de los jóvenes, que tienen derecho a encontrar la fe en toda su belleza, su riqueza intelectual y sus exigencias radicales.
Hay una interrelación intrínseca entre fe, razón y búsqueda de la excelencia humana… Ningún aspecto de la realidad permanece apartado del misterio de La Redención y del dominio del Señor Resucitado sobre toda la creación.
Para alentar a los jóvenes a una búsqueda del conocimiento y de la virtud como aspectos inseparables es necesario formarles en el amor a Dios, la vida sacramental y la oración… El compromiso cristiano con la enseñanza, que hizo nacer las universidades medievales, se basaba en la convicción de que el único Dios, como fuente de toda verdad y bondad, es también fuente del apasionado deseo de la inteligencia de saber y del anhelo de la voluntad de su pleno cumplimiento en el amor. Sólo en esta luz se puede apreciar la contribución distintiva de la educación católica, que se dedica a una diaconía de la verdad, sabiendo que llevar a otros a la verdad es un acto de amor.»

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153 rosas también quiere ser en este sentido un acto de amor.
En mi caso, ya maduro, habiendo pasado muchas tormentas, estoy muy satisfecho de haber perseverado en mi amor a la verdad…o más bien de que la Verdad haya perseverado en su amor hacia mí.
Por ese amor suyo, la Verdad, o la Sabiduría, que es lo mismo, me ha pedido que cuente en este libro lo que yo vea que puede ayudar a otros a que la conozcan. ¡Mucho se fía de mí! Pero en fin, puestos a la tarea, todo lo que de apacible haya en estas páginas, mucho o poco, se debe a la suavidad de Su presencia.
Aunque desde el principio he tenido claro para qué escribía, el título, la forma y el contenido del texto han ido surgiendo poco a poco, como “a lo tonto”. Quede claro, pues, que si al lector le resulta interesante no es a mí a quien tiene que dar la enhorabuena.
En cuanto al título, desde que empecé a vislumbrar que escribir podía ser un deseo de Dios para mi vida, me fui encariñando con la idea de un proyecto narrativo que se titulara 153. Sin embargo, una vez confirmada y emprendida mi aventura literaria, en distintos momentos a lo largo del proceso creativo me parecieron mejor otros títulos y fui pasando de uno a otro: El Dique, La Piedra Angular, La Fuente Arcana, etc. Finalmente la idea primera tomó asiento y llegué al convencimiento de que el número 153 iba a llenar la portada de mi libro.
Pero entonces, cuando estaba revisando el  texto, caí en la cuenta de una hermosa casualidad: Las flores que yo le había regalado a mi esposa siendo novios sumaban también 153. Sí, fueron 153 rosas.
Este hallazgo me sirvió para confirmar lo que yo ya sabía: Que mi papel era sólo de colaborador en este proyecto; que el genio creador y el mérito eran de Aquel que tanto me amaba.
El número 153 tenía para mí riquísimas connotaciones, pero aún después de haberme decidido a ponerlo como portada persistía en mi interior una cierta insatisfacción. El problema era que un simple número resultaba algo frío para sugerir toda la belleza y la plenitud que pretendía compartir con el lector.
Por eso, lo del número de flores, más que una coincidencia, fue una revelación del propio autor oculto de la obra, y una confirmación de que nada, ni humano ni divino, le es ajeno.
En cuanto a las rosas, son icono universal de la perfección de la Naturaleza y encarnan perfectamente el ideal de belleza que todos anhelamos disfrutar. Y eso teniendo en cuenta que no hay rosa sin espinas. 
Y a propósito de las espinas, debo decir que en el 153 también las hay y no obstante, representa perfectamente lo esencial del ser humano.
El caso es que la combinación de ambos conceptos sí que me satisfizo plenamente: 153… rosas. Y esa es la historia del título.
He dicho ya bastante de lo que el lector se va a encontrar en estas páginas y no se me escapa que por tratarse en cierto modo de “uno de esos libros” que buscan hacer prosélitos’, puede resultar incómodo para alguien el envoltorio enigmático con que lo presento, que recuerda más bien a una de esas historias esotéricas tan del gusto del lector de hoy. 
A los que recelan por esa razón, les diré que, con no pertenecer a ese género de obras que no incomodan, 153 rosas contiene sin embargo una gran capacidad para excitar la imaginación del lector y espero que hasta para conmoverle un poco.
En todo caso, para que cada cual pueda juzgar por sí mismo, voy a explicar por adelantado ese dato chocante de las 153 flores del noviazgo. 
Al mes de conocer a la que hoy es mi mujer se me ocurrió regalarle una rosa. Al cumplir los dos, pensé que estaría bien regalarle dos rosas y que sería precioso continuar con esa costumbre hasta que si Dios quisiera nos casáramos. Y así fue. El ritual se repitió hasta diecisiete veces, que fue el número de meses que duró nuestro noviazgo. Y ahora hagan sus cálculos:
1+2+3+4+5=15;  6+7+8+9+10=40;  11+12+13+14+15=65;
16+17=33;  y  15+40+65+33= 153 rosas
Si todavía alguno de los recelosos lectores sigue sintiendo curiosidad por este libro es que no reniega de la verdad y de la belleza‘, porque su suave olor resulta evidente en este detalle de las flores.
En cierto modo, ese “toque mágico” revela el tema de fondo de 153 rosas: La existencia y el acceso a otra realidad, más halagüeña, que a pesar de estar muy cerca es extraña para la mayoría.
Los que lean estas páginas verán que no exagero, que mi vida ha sido tan corriente como la de cualquiera y eso no me impidió descubrir en ella tesoros maravillosos.
Y así como yo describo claramente el camino que seguí para encontrarlos, ya lo han hecho muchos otros antes que yo y sin duda en el futuro surgirán nuevos testigos que lo sigan haciendo.
Queridísimo lector, seré muy sincero: le advierto por adelantado que es muy posible que de las puertas que están hoy ante usted, la que le abra el paso a ese jardín secreto sea la menos apetecible de todas. Pero si de verdad quiere un cambio a mejor en su vida, no lo dude un instante: Pruebe a entrar por la puerta estrecha. 
Cuenta Cervantes que concibió su obra maestra en la cárcel, “donde toda incomodidad tiene su asiento y donde hasta el más triste ruido encuentra su acomodo”.
Les confieso que yo también he gestado mi libro así, rodeado de tristes ruidos y de toda  clase de incomodidades, del otro lado, por cierto, de la susodicha puerta.
Tengo una anécdota con mi hija relacionada con ese umbral, recién cumplidos sus tres añitos. A tan tierna edad, sus firmísimas opiniones, a menudo tan distantes del buen juicio, me obligaban de vez en cuando a mostrarle con un ejemplo el lugar sin salida al que le conducirían semejantes actitudes. La llevaba entonces al garaje y la ponía dentro del coche mientras que yo la acompañaba a un metro de distancia, desde el trasterito, con la puerta entreabierta, la luz encendida y una edición de bolsillo del Quijote entre las manos. Así aleccionada, pronto se convencía de su error y apetecía la reconciliación y volvíamos los dos juntitos a casa. La segunda parte era que, con su precario lenguaje, era capaz de decirle a mi hermana que yo la encerraba en el coche y me ponía a leer El Quijote. Y esto sucedía en una época en la que se perseguía a “los maltratadores”, como si fuesen “ellos” los verdaderos y únicos responsables del deplorable estado en que se encuentra la humanidad de hoy.
O sea, bien mirado, por educar a mi hija me metía en una embarazosa situación.
Y en tan amargos tragos como ésos, y créanme que lo fueron, y otros –menos– no tanto, apuraba yo entonces mi vida y mi lectura de obra tan sublime, a la par que iba gestando la presente.
También de aquella época data un proyecto mío de Innovación Docente para Enseñanza Secundaria, que fue seleccionado por la JCCM y que llevaba por título “Quijote Enseña”.
Ciertamente enseña y mucho y aunque diga Cervantes que por haber tenido a ‘su hijo’ en tan precaria cuna no puede sino ser seco, enjuto y avellanado, sólo por humildad y en un sentido muy restrictivo, se justifica el uso de tal calificativo para referirse al protagonista de la historia más enjundiosa y fecunda que pudo alumbrar el ingenio humano.
Por cierto que en otra cuna igualmente modesta vio la luz el Príncipe de la Paz, el que es consuelo eterno y esperanza cierta para todas las naciones.
O sea, que en una cárcel, en un pesebre o en un trastero, pueden nacer flores hermosas, y hasta “las más hermosas” que imaginarse pueda.
Y en fin, esto es lo que quiere decir que la puerta de acceso a la vida verdadera es de apariencia sencilla y más bien deslucida.

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